Luz. Punzante como quebraduras de vidrio. Fuego transparente que calcina los huesos. Luz insomme de ayer, de hoy, de mañana. Luz de siempre.
Luz, sólo luz: el infinito abrazo.
Quemadura de gozo.
Luz que taladra los párpados e incendia las pupilas. Insobornable Luz. Luz que lo es todo.
Ante Ella estás, en Ella estás, Ella te inunda. Luz que ilumina el tiempo desde dentro. Ya no es un discurrir, ya no es el tiempo tediosa dispersión o turbio anhelo. Madura en claridad el tiempo vano. Ahora se entraña y se repliega, ya es sólo eternidad. En su seno recoge las horas desprendidas.
Pasó la noche, abismo mordido de dubitantes estrellas. Pasó la incertidumbre del albor. Mediodía total. En esta hora plena la Luz descarga sobre ti su gravedad invisible. Desnuda, tu vida sin sombra ni escondrijo revela su secreto. Tu vida es tuya al fin: hoy te apropias tu ser en un sólo acto de libertad definitivo. Hoy te ves como eres visto. Hoy te ves en la Luz inaccesible.
lunes, 30 de marzo de 2009
martes, 17 de marzo de 2009
In principio erat Verbum
¡Qué difícil se nos hace advertir, aunque sea -no hay otro modo- oscuramente, la absoluta trascendencia de Dios! Quizá un rigor extremado abocaría a una teología apofática. El Misterio fundante no puede ser dicho. Refractario a toda verbalización sólo nos quedaría sumirnos en un silencio abisal. Pero las Escrituras nos revelan que Dios es Palabra, Verbo eterno y creador ¿Acaso la Palabra originaria no puede ser dicha?
La Palabra era en el principio. La Palabra funda, abre el espacio en que se da el sentido. La Palabra que es Origen sostiene, alumbra, llama a la existencia a las cosas, que sólo por Ella son expresión significativa y figura inteligible. Al ser esta Palabra fundamento en presente de la inteligibilidad del mundo, desborda con su poder luminoso lo fundamentado. Esta Palabra, la que es condición de posibilidad de cualquier discurso, no puede ella misma -eso parece- convertirse en un elemento del tejido discursivo. Del mismo modo que el ojo, que abre el campo visual, no puede constituir un objeto de dicho campo, la Palabra que sostiene la articulación del sentido no puede ser dicha. No es Palabra para el decir, sino para la escucha atenta, amorosa, paciente. Es Palabra que transforma, que da el ser y lo renueva sin cesar con su hálito de Vida. Esta Palabra es el lenguaje callado de las cosas. Es Palabra que re-vela, esto es, que despeja y al mismo tiempo oculta. Palabra que nos lleva al silencio orante.
Incapaz nos parecería que esta Palabra pudiera habitar el mundo y la historia; constreñirse en los límites del cosmos ¡Pero en Cristo la Palabra que todo lo conserva y recrea se insertó en la trama del mundo! Entró en la Historia trascendiéndola desde su raíz. Era en el tiempo y fundaba el tiempo desde la Eternidad. El Verbo estaba sometido en la humanidad de Cristo a los poderes de la Historia, a su lógica del sacrificio (Girard), y a la vez era el Señor que domina su curso con mano providente. El mundo es mundo, cosmos, porque se sostiene en el Logos, Cristo, cuyo Espíritu aleteaba sobre las aguas del caos primordial; y aún así, siendo la fuerza fundante del ser, lo encontramos como individuo, Jesús Nazareno, situado en el mundo e inmerso en la historia. Tales paradojas nos ofrece la Encarnación del Verbo de Dios.
Esta Palabra es fuerza que da sentido y saca a los hombres del ensimismamiento. Por Ella y en Ella reconoce el hombre a su prójimo y se siente a su vez reconocido e interpelado por él.
¿Cómo hacer luz en medio de tanta oscuridad? Un primer paso sería procurar no pensar objetualmente, pues Dios no es objeto sino aquello que hace que haya objetos. Me gusta la frase paradójica que arranca de Zubiri: No deberíamos decir que hay Dios, pues parece que el "hay" abre un espacio donde se insertan en plano de igualdad ontológica los entes finitos y el ente infinito (cabría una simple ordenación o jerarquización dentro de un marco común, siendo Dios un fragmento en la suma del todo, aunque lo tuviéramos por el más excelente), y Dios trasciende tal plano. Dios estaría mas allá del "haber", Él "hace que haya", pero está allende y aquende el "haber" (alguno dirá que esto es vaniloquio y torpe verborrea)
¿Que entiendo -se preguntará el lector- por pensamiento objetual? Veamos si consigo explicarme. Si objeto (ob-iectum) viene a significar etimológicamente algo así como ser arrojado fuera, sacado al exterior, ex-puesto, entonces lo objetual se definiría como patencia y mostración, siempre referidas a la conciencia y sometidas al poder analítico del sujeto (el cogito cartesiano). Esto se ve muy bien en el decurso de la modernidad filosófica, que deriva en un sujeto-objetualismo, como diría Leonardo Polo. El ser reducido a patencia, a dato referido a un sujeto neutro, trascendental (Kant o Husserl) o bien resuelto en simple hecho controlado experimentalmente (los positivismos). En ambos casos la densidad, consistencia y "peso ontológico" de los entes se difumina y desaparece de nuestro horizonte intelectual.
La modernidad está construida sobre este olvido. En todos los campos. Ciencia: el ente físico se disuelve en la abstracción matemática. Arte: la obra se disuelve en la explanación de sus elementos técnico-constructivos; nada dice porque sólo remite a sí misma en una recurrencia narcisista. Política: Atomismo social, el ciudadano como sujeto, desustanciado y huero, de derechos.
Todo ello ha supuesto un avance, un progreso. Ello es innegable. Pero es difícil sortear el peligro de un reduccionismo harto peligroso. Todo es transparente y diáfano, presencia disponible, construcción sometida a reglas... Esto nos lleva al tedio infinito del "mundo administrado". Todo es funcional, sustituible y técnicamente dominable. Todo "valor de uso" se desvanece y sólo quedan "valores de cambio". Es la "fungibilidad" -permítaseme el neologismo- universal. No olvidemos, por cierto, que sobre algo tan especulativo, etéreo y vaporoso como el dinero fundado en dinero se basa nuestro orden económico. Todo es fantasmagoría, delirio de representación de una representación en una secuencia indefinida si no infinita. A veces recuerdo -con C.S.Lewis- que las tres grandes religiones monoteístas prohiben el préstamo con interés (justamente la raíz de nuestro sistema socio-económico).
Yo quería hablar de Dios y he terminado con el ídolo Mammon. Mi pretensión era pensar la inobjetualidad de Dios, que es lo que muchos que se dicen ateos confunden con su inexistencia, pues como sólo conocen un pensar reificante han establecido inconscientemente la ecuación objetualidad = existencia. Pero -amigos- en este momento el asunto me desborda. Ya habrá ocasión de retomar esta senda.
La Palabra era en el principio. La Palabra funda, abre el espacio en que se da el sentido. La Palabra que es Origen sostiene, alumbra, llama a la existencia a las cosas, que sólo por Ella son expresión significativa y figura inteligible. Al ser esta Palabra fundamento en presente de la inteligibilidad del mundo, desborda con su poder luminoso lo fundamentado. Esta Palabra, la que es condición de posibilidad de cualquier discurso, no puede ella misma -eso parece- convertirse en un elemento del tejido discursivo. Del mismo modo que el ojo, que abre el campo visual, no puede constituir un objeto de dicho campo, la Palabra que sostiene la articulación del sentido no puede ser dicha. No es Palabra para el decir, sino para la escucha atenta, amorosa, paciente. Es Palabra que transforma, que da el ser y lo renueva sin cesar con su hálito de Vida. Esta Palabra es el lenguaje callado de las cosas. Es Palabra que re-vela, esto es, que despeja y al mismo tiempo oculta. Palabra que nos lleva al silencio orante.
Incapaz nos parecería que esta Palabra pudiera habitar el mundo y la historia; constreñirse en los límites del cosmos ¡Pero en Cristo la Palabra que todo lo conserva y recrea se insertó en la trama del mundo! Entró en la Historia trascendiéndola desde su raíz. Era en el tiempo y fundaba el tiempo desde la Eternidad. El Verbo estaba sometido en la humanidad de Cristo a los poderes de la Historia, a su lógica del sacrificio (Girard), y a la vez era el Señor que domina su curso con mano providente. El mundo es mundo, cosmos, porque se sostiene en el Logos, Cristo, cuyo Espíritu aleteaba sobre las aguas del caos primordial; y aún así, siendo la fuerza fundante del ser, lo encontramos como individuo, Jesús Nazareno, situado en el mundo e inmerso en la historia. Tales paradojas nos ofrece la Encarnación del Verbo de Dios.
Esta Palabra es fuerza que da sentido y saca a los hombres del ensimismamiento. Por Ella y en Ella reconoce el hombre a su prójimo y se siente a su vez reconocido e interpelado por él.
¿Cómo hacer luz en medio de tanta oscuridad? Un primer paso sería procurar no pensar objetualmente, pues Dios no es objeto sino aquello que hace que haya objetos. Me gusta la frase paradójica que arranca de Zubiri: No deberíamos decir que hay Dios, pues parece que el "hay" abre un espacio donde se insertan en plano de igualdad ontológica los entes finitos y el ente infinito (cabría una simple ordenación o jerarquización dentro de un marco común, siendo Dios un fragmento en la suma del todo, aunque lo tuviéramos por el más excelente), y Dios trasciende tal plano. Dios estaría mas allá del "haber", Él "hace que haya", pero está allende y aquende el "haber" (alguno dirá que esto es vaniloquio y torpe verborrea)
¿Que entiendo -se preguntará el lector- por pensamiento objetual? Veamos si consigo explicarme. Si objeto (ob-iectum) viene a significar etimológicamente algo así como ser arrojado fuera, sacado al exterior, ex-puesto, entonces lo objetual se definiría como patencia y mostración, siempre referidas a la conciencia y sometidas al poder analítico del sujeto (el cogito cartesiano). Esto se ve muy bien en el decurso de la modernidad filosófica, que deriva en un sujeto-objetualismo, como diría Leonardo Polo. El ser reducido a patencia, a dato referido a un sujeto neutro, trascendental (Kant o Husserl) o bien resuelto en simple hecho controlado experimentalmente (los positivismos). En ambos casos la densidad, consistencia y "peso ontológico" de los entes se difumina y desaparece de nuestro horizonte intelectual.
La modernidad está construida sobre este olvido. En todos los campos. Ciencia: el ente físico se disuelve en la abstracción matemática. Arte: la obra se disuelve en la explanación de sus elementos técnico-constructivos; nada dice porque sólo remite a sí misma en una recurrencia narcisista. Política: Atomismo social, el ciudadano como sujeto, desustanciado y huero, de derechos.
Todo ello ha supuesto un avance, un progreso. Ello es innegable. Pero es difícil sortear el peligro de un reduccionismo harto peligroso. Todo es transparente y diáfano, presencia disponible, construcción sometida a reglas... Esto nos lleva al tedio infinito del "mundo administrado". Todo es funcional, sustituible y técnicamente dominable. Todo "valor de uso" se desvanece y sólo quedan "valores de cambio". Es la "fungibilidad" -permítaseme el neologismo- universal. No olvidemos, por cierto, que sobre algo tan especulativo, etéreo y vaporoso como el dinero fundado en dinero se basa nuestro orden económico. Todo es fantasmagoría, delirio de representación de una representación en una secuencia indefinida si no infinita. A veces recuerdo -con C.S.Lewis- que las tres grandes religiones monoteístas prohiben el préstamo con interés (justamente la raíz de nuestro sistema socio-económico).
Yo quería hablar de Dios y he terminado con el ídolo Mammon. Mi pretensión era pensar la inobjetualidad de Dios, que es lo que muchos que se dicen ateos confunden con su inexistencia, pues como sólo conocen un pensar reificante han establecido inconscientemente la ecuación objetualidad = existencia. Pero -amigos- en este momento el asunto me desborda. Ya habrá ocasión de retomar esta senda.
sábado, 14 de marzo de 2009
¿Qué unidad?
Escuchaba ayer en un programa religioso de radio a un par de representantes de los Focolares. Pasada la media hora de entrevista (el entrevistador era Don Carlos Muñiz S.J.), no logré hacerme una idea aproximada de cuál es el carima concreto de las comunidades que fundó Chiara Lubic. Hablaban de que allí donde iban querían fomentar el don "de la unidad" y citaban las palabras de Cristo en la Última Cena. La unidad por aquí, la unidad por allá, hasta que descubrí que no se referían a la unidad de las distintas denominaciones cristianas, sino de la Humanidad en general (así, con mayúsculas lo escuché yo). En un momento dado, la focolar dijo lo siguiente: "...el mensaje de Cristo, que es la fraternidad universal". Y me sonó a ilustrado, decimonónico, masón. Así, sin explicar más, sin ninguna idea con más carne, con más jugo, con más precisión, sonaba a tontismo buenista (a lo Obama, a lo Zapatero), a We are the world. Y me resisto a creer que no tengan más contenido, que su predicación sea tan intercambiable. Se les olvidaba la segunda parte: "que todos sean uno, como Tú y yo somos uno". De ese modo, no de otro. ¿Y cuál es ese modo? Ahí están los evangelios abiertos, la Tradición viva, continuamente diciéndolo, en claridad y misterio. El hombre nuevo será aquel que se abra al don de Dios, que se deje transformar en la imagen de la que el sermón del monte es un esbozo, y Cristo es el Rostro. Un amor que desciende a lo más profundo de lo más profundo, haciéndose cada vez más y más pequeño (kenosis), vaciándose, para pasar por un puerta angosta, cruciforme, al otro lado de la cual le espera el gozo, el banquete –unidad–, lo que ni ojo vio ni oido oyó. Y este gozo es la vida íntima de Dios, a la que somos llamados, y a la que sólo podremos ir libremente. When the fire and the rose are one.
lunes, 9 de marzo de 2009
Sobre Erasmo
No he frecuentado la lectura de Erasmo. Hace años, cuando hojeé y leí algunos fragmentos del Elogio de la Locura, no logró engancharme y ahí quedó durmiendo el sueño de los justos. Ya le llegará su momento. Sí me interesó, no obstante, ese cuidado breviario espiritual que es el Enchiridion. Aún así, también la lectura quedó truncada. Con el tráfago de libros que me traigo entre Sevilla y Ávila y -aquí entono el mea culpa- con mi vicio de la lectura dispersa, a salto de mata, y por eso siempre inconclusa, también dejé el dulce Enchiridion a medio leer. Cargado de razón estaba nuestro JRJ: "para leer mucho, comprar poco". No obstante, me atrevo a emitir algún juicio sobre quien se ha convertido en prototipo de humanista. No son sino algunas impresiones sueltas e inconexas. En concreto, me parece interesante discutir el cristianismo de Erasmo, su vividura de la fe, su contemplación de Cristo.
Primera advertencia. Afirma Merton -y es verdad- que parece haber aún hoy cristianos enojados porque, a fin de cuentas, permaneciera Erasmo cristiano ortodoxo, fiel a Roma, y no fuesen más allá sus afanes reformistas. No sé, parece que a algunos su presencia les incomoda y lo preferirían convertido en hereje de tomo y lomo. Tampoco aquellos que se autotitulan ampulosamente librepensadores (siempre tan prejuiciosos, siempre siervos de los ídolos de su tiempo) saben muy bien cómo habérselas con Erasmo: espíritu tolerante, crítico mordaz del clero y la superstición, paladín de la paz... (hasta aquí todo bien) pero -¡ay amigos!- que esa paz viene a ser la concordia fundada en Cristo y su Evangelio, que en esas diatribas late un anhelo de pureza espiritual y rectitud de conciencia arraigado en la fe, que resulta que nuestro héroe del progreso no deja de ser un "apestado" más por la ponzoña cristiana.
Es verdad que estos humanistas solían ser tan vanidosos como cobardes, y les costaba mucho el compromiso claro y definitivo (aunque está el contraejemplo de Tomás Moro). Pero reconozcámoslo, Lutero no consiguió arrastrar a Erasmo a su aventura y creo que algunos de sus defectos actuaron en tal momento como firmes virtudes que le impidieron dar el salto: su racionalismo moralizante y una disposición anímica e intelectual poco inclinada al fervor místico obraron como anticuerpos frente a la Protesta.
No obstante, uno lee a Lutero y encuentra en sus escritos la fuerza, el empeño, el brío de quien ha sentido sus entrañas sacudidas por la Palabra del Evangelio. Notamos el fuego de un corazón que ha descubierto su salvación en Cristo, que sabe de sus miserias y ha sido prendido por el exceso inefable de la Cruz: Dios se entrega por completo a los hombres, se hace don gratuito y libérrimo que sólo exige manos para recibir. Y ante Lutero Erasmo empalidece. Su cristianismo toma la apariencia de algo fofo, desustanciado, asimilado y casi sometido a la ética de los antiguos. Bellas formas armoniosas pero vacías. Elegancia y erudición, ingenio y sutileza, pero... ¿Y el poder de Cristo que interpela?
Es difícil juzgar a Erasmo, más aún cuando se recuerda el efecto benéfico que tuvo sobre la espiritualidad española de la primera mitad del XVI. Erasmo era en estas tierras emblema de un cristianismo libre de la mugre casticista, hondo, puro, radicalmente evangélico. Todo esto a pesar del "non placet Hispania" con que zanjó la oferta de una cátedra en Alcalá. Si a Erasmo no le gustaba España, los españoles sí que saboreaban con fruición la prosa del humanista. Pienso en Carranza, en los Valdés... Me gustaría conocer si hubo alguna influencia sobre fray Luis y otros doctores salmantinos como Cantalapiedra, dato que desconozco. Verdad es que ellos bebían de otras fuentes y su humanismo tenía otros matices. Era la mejor España en un tiempo en que parece ser que la cristianía se ponderaba por los torreznos y morcillas que uno podía comer sin escrúpulos y quebraduras del ánimo.
Resulta paradójico que a Erasmo no le gustara España porque, según decía, aquí abundaban los judíos (seguramente rompió con Vives tras descubrir sus orígenes hebreos) y, sin embargo, en España el escritor supusiera un cauce libre, un espacio abierto, para los "cristianos nuevos" que habían de sufrir las asechanzas de la Inquisición y del populacho hacia los judeoconversos. Eso te vuelve a reconciliar con Erasmo.
Dejo aquí, inconclusas, estas consideraciones, porque uno se daría al parloteo sin medida.
Primera advertencia. Afirma Merton -y es verdad- que parece haber aún hoy cristianos enojados porque, a fin de cuentas, permaneciera Erasmo cristiano ortodoxo, fiel a Roma, y no fuesen más allá sus afanes reformistas. No sé, parece que a algunos su presencia les incomoda y lo preferirían convertido en hereje de tomo y lomo. Tampoco aquellos que se autotitulan ampulosamente librepensadores (siempre tan prejuiciosos, siempre siervos de los ídolos de su tiempo) saben muy bien cómo habérselas con Erasmo: espíritu tolerante, crítico mordaz del clero y la superstición, paladín de la paz... (hasta aquí todo bien) pero -¡ay amigos!- que esa paz viene a ser la concordia fundada en Cristo y su Evangelio, que en esas diatribas late un anhelo de pureza espiritual y rectitud de conciencia arraigado en la fe, que resulta que nuestro héroe del progreso no deja de ser un "apestado" más por la ponzoña cristiana.
Es verdad que estos humanistas solían ser tan vanidosos como cobardes, y les costaba mucho el compromiso claro y definitivo (aunque está el contraejemplo de Tomás Moro). Pero reconozcámoslo, Lutero no consiguió arrastrar a Erasmo a su aventura y creo que algunos de sus defectos actuaron en tal momento como firmes virtudes que le impidieron dar el salto: su racionalismo moralizante y una disposición anímica e intelectual poco inclinada al fervor místico obraron como anticuerpos frente a la Protesta.
No obstante, uno lee a Lutero y encuentra en sus escritos la fuerza, el empeño, el brío de quien ha sentido sus entrañas sacudidas por la Palabra del Evangelio. Notamos el fuego de un corazón que ha descubierto su salvación en Cristo, que sabe de sus miserias y ha sido prendido por el exceso inefable de la Cruz: Dios se entrega por completo a los hombres, se hace don gratuito y libérrimo que sólo exige manos para recibir. Y ante Lutero Erasmo empalidece. Su cristianismo toma la apariencia de algo fofo, desustanciado, asimilado y casi sometido a la ética de los antiguos. Bellas formas armoniosas pero vacías. Elegancia y erudición, ingenio y sutileza, pero... ¿Y el poder de Cristo que interpela?
Es difícil juzgar a Erasmo, más aún cuando se recuerda el efecto benéfico que tuvo sobre la espiritualidad española de la primera mitad del XVI. Erasmo era en estas tierras emblema de un cristianismo libre de la mugre casticista, hondo, puro, radicalmente evangélico. Todo esto a pesar del "non placet Hispania" con que zanjó la oferta de una cátedra en Alcalá. Si a Erasmo no le gustaba España, los españoles sí que saboreaban con fruición la prosa del humanista. Pienso en Carranza, en los Valdés... Me gustaría conocer si hubo alguna influencia sobre fray Luis y otros doctores salmantinos como Cantalapiedra, dato que desconozco. Verdad es que ellos bebían de otras fuentes y su humanismo tenía otros matices. Era la mejor España en un tiempo en que parece ser que la cristianía se ponderaba por los torreznos y morcillas que uno podía comer sin escrúpulos y quebraduras del ánimo.
Resulta paradójico que a Erasmo no le gustara España porque, según decía, aquí abundaban los judíos (seguramente rompió con Vives tras descubrir sus orígenes hebreos) y, sin embargo, en España el escritor supusiera un cauce libre, un espacio abierto, para los "cristianos nuevos" que habían de sufrir las asechanzas de la Inquisición y del populacho hacia los judeoconversos. Eso te vuelve a reconciliar con Erasmo.
Dejo aquí, inconclusas, estas consideraciones, porque uno se daría al parloteo sin medida.
miércoles, 4 de marzo de 2009
Divagaciones errabundas sobre el alma
¿No es el alma acaso la plenitud del cuerpo? El cuerpo, en la medida en que no es afectado por causas externas, sino que obra desde sí y por sí, expresa el poder de su esencia. Alma es acto, perfección, energía. El alma conforma el cuerpo, lo hace suyo no como instrumento, sino como plasmación objetiva y realización de sí. Es en el dolor, en la enfermedad, en el agotamiento y la dispersión donde el cuerpo parece imponerse como fuerza extraña e indócil. Pero es justamente entonces cuando el cuerpo ha perdido algo de su identidad y consistencia propias, pues estas dimanan del poder integrador del alma.
El alma no sería una sustancia. La sustancia es el hombre. Alma es el acto en virtud del cual el cuerpo existe como totalidad orgánica. Es, entonces, el alma el ser del cuerpo. El alma sería inmaterial, incorpórea, en el mismo sentido en que decimos de las entidades físicas que nos salen al paso que su ser (existencia) no es la materia misma que las constituye sino el acto intensivo, perfecto, trascendental, que les comunica su realidad. Por ello el alma trasciende las categorizaciones objetivantes del entendimiento ¿Cómo clarificar la distinción? El alma "no es", no se presenta como objeto intramundano que podamos encuadrar bajo determinada categoría, el alma "hace ser", trasciende el ámbito de lo determinable como objeto-sustancia para situarse en un plano distinto.
El alma no es una entidad ligada y conectada al cuerpo no se sabe por medio de qué misteriosa unión (es el problema tradicional de todo dualismo, que entifica el alma y hace de ella una realidad yuxtapuesta al cuerpo), no es entidad objetivable el alma -decía- sino que es la actualidad constitutiva del ser corpóreo, no algo ahí a la mano, no algo ahí a la vista (para expresarnos como Heidegger). El alma está ligada al ser en el sentido tomista (muchísimo más rico que cuanto se ha pensado desde las crisis nominalista hasta nuestros días). El alma es presencia in-objetiva, pero sólo un pensamiento reducido al cálculo reificante puede sentar que lo real se agote simplemente en lo categorial-objetivo, en lo óntico (para volver a la terminología heideggeriana).
El alma no es entidad cósica, objeto singular, por la sencilla razón de que intelige y comprende. Aquello que entiende lo que las cosas son, no puede ser una cosa más en el entramado del mundo. El principio que entiende capta las entidades porque él mismo de por sí no posee una determinación entitativa, sino que originaria y constituitivamente es apertura a todo cuanto pueda ser. Esta apertura se funda en la inobjetividad del alma, que no es esto o aquello, que como dice Aristóteles, "es, en cierta manera, todas las cosas".
P.D. ¡Uffff! ¡Qué pesadez! dirá el lector. Me he expresado como he podido y con la terminología que he podido; quizá un poco a la buena de Dios, para intentar dar forma a una intuición, a un pensamiento difícilmente verbalizable que me persigue. Esto es un bosquejo. Tal vez un monstruo, un galimatías lógico y lingüístico. Pero bueno, aquí lo dejo. Pido benevolencia a quien lo lea.
El alma no sería una sustancia. La sustancia es el hombre. Alma es el acto en virtud del cual el cuerpo existe como totalidad orgánica. Es, entonces, el alma el ser del cuerpo. El alma sería inmaterial, incorpórea, en el mismo sentido en que decimos de las entidades físicas que nos salen al paso que su ser (existencia) no es la materia misma que las constituye sino el acto intensivo, perfecto, trascendental, que les comunica su realidad. Por ello el alma trasciende las categorizaciones objetivantes del entendimiento ¿Cómo clarificar la distinción? El alma "no es", no se presenta como objeto intramundano que podamos encuadrar bajo determinada categoría, el alma "hace ser", trasciende el ámbito de lo determinable como objeto-sustancia para situarse en un plano distinto.
El alma no es una entidad ligada y conectada al cuerpo no se sabe por medio de qué misteriosa unión (es el problema tradicional de todo dualismo, que entifica el alma y hace de ella una realidad yuxtapuesta al cuerpo), no es entidad objetivable el alma -decía- sino que es la actualidad constitutiva del ser corpóreo, no algo ahí a la mano, no algo ahí a la vista (para expresarnos como Heidegger). El alma está ligada al ser en el sentido tomista (muchísimo más rico que cuanto se ha pensado desde las crisis nominalista hasta nuestros días). El alma es presencia in-objetiva, pero sólo un pensamiento reducido al cálculo reificante puede sentar que lo real se agote simplemente en lo categorial-objetivo, en lo óntico (para volver a la terminología heideggeriana).
El alma no es entidad cósica, objeto singular, por la sencilla razón de que intelige y comprende. Aquello que entiende lo que las cosas son, no puede ser una cosa más en el entramado del mundo. El principio que entiende capta las entidades porque él mismo de por sí no posee una determinación entitativa, sino que originaria y constituitivamente es apertura a todo cuanto pueda ser. Esta apertura se funda en la inobjetividad del alma, que no es esto o aquello, que como dice Aristóteles, "es, en cierta manera, todas las cosas".
P.D. ¡Uffff! ¡Qué pesadez! dirá el lector. Me he expresado como he podido y con la terminología que he podido; quizá un poco a la buena de Dios, para intentar dar forma a una intuición, a un pensamiento difícilmente verbalizable que me persigue. Esto es un bosquejo. Tal vez un monstruo, un galimatías lógico y lingüístico. Pero bueno, aquí lo dejo. Pido benevolencia a quien lo lea.
domingo, 1 de marzo de 2009
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