viernes, 28 de agosto de 2009

Lo numinoso en la ciencia

La ciencia no ha superado a la religión por su racionalidad, sino, más bien al contrario, por haberse apropiado del carácter numinoso de aquélla. Cuando se le pregunta a la gente qué rasgos definen lo científico, suelen responder hablando de rigor, objetividad, racionalidad, contrastabilidad, etc., pero casi nadie de quienes hablan así asumen las proposiciones de la ciencia en base a ese tipo de criterios. De hecho, no suelen tener la menor idea de qué cosas son los microchips, los virus, los protones o los agujeros negros, y ni tan siquiera qué pueden significar esas leyes físicas que, según nos enseñan, constituyen el modus operandi de la naturaleza. Lo que en realidad fascina de la ciencia es precisamente lo contrario de toda objetividad y racionalidad: es su carácter enigmático, la forma que tiene de hablar de cosas que nos resultan improbables, incomprensibles, e incluso inimaginables.

Por el contrario -y basta con escuchar cualquier homilía dominical en una iglesia de barrio- es la religión la que, harta de las críticas a su carácter esotérico, hace tiempo que amenaza diluirse en un mensaje racional, inteligible, generalmente moral, acerca de qué está bien y qué está mal, cómo deben comportarse los cristianos, cómo es la sociedad actual y cómo debería ser, qué cosa quiso decir Cristo en este o aquel pasaje..., marginando completamente el sentido misterioso, "místico" (en el sentido de Wittgenstein), numinoso en fin, que ha constituido siempre su signo distintivo. Un halo misterioso al que seguía la sospecha de que ella custodiaba la verdad oculta del mundo, envuelta en la liturgia y los cantos, revelada en profecías visionarias, en un fuego que no se consume, en el paso de un Dios sin rostro cuya visión es la muerte: una verdad que no puede ser dicha, y que, paradójicamente, ha donado a la ciencia en una suerte de tributo a su victoria histórica.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Tratado de las vías infinitas

(Una pipa es también un reloj de arena. He cargado esta con media cazoleta, para que la entrada del blog sea como debe de ser, sin la tendencia al tratado farragoso. Cuando se acabe, terminará la entrada)

Mis amigos, tabernarios o no (aunque todos son tabernarios en el fondo), operan a veces como catalizadores de pensamiento, como atractivos pararrayos que provocan el relámpago cerca. Digamos que, por un momento, se me pega la brillantez del otro, o que sólo en compañía somos más de lo que somos, y ése es el ser al que somos llamados. Un ser extendido, habitable. El otro día, como tantas veces, conseguí transmitirle a Antonio Javier una idea que lleva años rondando, desde distintos ángulos, mi cabeza. La idea de que nuestras dificultades con la Fe son muchas veces negativas más que positivas, es decir, que rara vez hay una seria objeción o un nudo intelectual que deshacer (aunque también), sino más bien un abandono, u olvido, de las "vías de acceso", de nuestras personales puertas a la luz. Como ya vio -oh, maestro-, mi bienamado Lewis, la fe es algo que, más que perderse, sencillamente se va abandonando. Esto vino a cuento de la idea de jerarquía en los contenidos de la doctrina (no todo es igual de importante, por lo que podemos relativizar nuestras dudas o dificultades en gran medida), y que nadie (quizá algunos santos) ha sido dotado por Dios para comprender, para abrazar, todos los contenidos de la Fe. Además de la especial ceguera, o visión, de cada época.
Pero a lo que yo apuntaba era a las vías personales, íntimas, biográficas, de acercarnos al misterio, de querer más de Dios, de sentir la llamada del Reino. Cada uno sabe, o sería muy bueno que supiera de un modo más o menos consciente, de qué modo, por qué vías, el hilo invisible del que hablaba el Padre Brown, ha sido pulsado para llamarnos de vuelta a casa. Para los que somos un tanto poetas, un tanto músicos, ha sido muchas veces la experiencia de la Hermosura, el éxtasis de la música. (Empecé precisamente esta pipa, digo, esta entrada, escuchando el tercer libro de Madrigales de Gesualdo). Pero también ciertas experiencias de plenitud con amigos, concretos, en momentos clave de nuestra vida, como suelen serlo la adolescencia, los primeros amores, los proyectos ilusionantes. Estas vías personales, por su propia naturaleza, son inagotables, y lo mejor de todo: siempre sorprendentes. Aunque no siempre disponibles. Sé que también podría hablar del dolor, pero es mucho más difícil, y las palabras deberían descalzarse o hacerse mínimas como gorriones sobre la arena. Casi es mejor la Poesía.
No todo nos acerca a Dios. Ayer estuve en la catedral, haciendo fotos, y se celebraba la novena de la Virgen de los Reyes. Aunque el Gótico siempre ha caldeado mi ánimo con vigor, dejándome boquiabierto como un niño, precisamente ayer, al encontrarme con el Arbispo, al ver el cortejo de bostezantes canónigos y sevillanos y turistas, me sentí tan lejos de aquello como un talibán en Disneylandia. No. Es en otro sitio donde sé que -casi- siempre puedo acercar una ramita para encender una hoguera. Normalmente un poema, un rato de silencio, un paseo perezoso por la ciudad. O un puñado de recuerdos, desordenados y confundidos como una caja de zapatos llena de fotos viejas. O mejor: un rato en la Taberna del Fin del Mundo, donde la conversación y la cerveza recuerdan el banquete que nos fue prometido.
(Se ha apagado la pipa. Voy a limpiarla).

martes, 11 de agosto de 2009

¿Yo, cristiano?

A veces resulta cuando menos incómodo reconocerse públicamente como católico. No es simplemente vergüenza, falta de compromiso con la fe que nos sustenta, miedo a ser rechazados o ridiculizados en nuestro ambiente social o laboral... No niego que pueda haber (en mi caso personal) una pizca de todo eso. No obstante, la cosa no se resuelve tan fácilmente. No quiero (quizá mejor no puedo) confesar mi cristianismo porque sé que la mayoría de las personas con que me cruzo sencillamente no saben qué es el cristianismo. Irremediablemente me toman por otra cosa. En su mente la fe cristiana no es sino un rótulo bajo el que se engloba un batiburrillo contradictorio y tumultuoso de prejuicios, ideíllas peregrinas de todo a cien y no sé cuantas ofuscaciones más. Dices que eres cristiano y eso a la gente le suena a lo mismo que creer en los extraterrestres, hacer campaña contra los condones, leer tal prensa y votar a tal partido, etc ¿Para qué seguir? Uno a veces se inhibe por puro cansancio.

Si bien nuestra vida habrá de resolverse en un sí o un no definitivos, y vivimos desde una fundamental determinación del todo de la existencia, este "absolutismo escatológico" que se concentra en la exigencia del Juicio (la crisis, el discernimiento último) no debe traducirse en un rigorismo atenazante. Muchas veces la aseveración de una verdad tiene que ir acompañada de un "pero" y la formulación de una regla de su ineludible excepción. Y cuando uno se dice cristiano (si no quiere que le confundan con otra cosa) tiene que comenzar con tantas advertencias y aclaraciones que a veces, perezoso, dejas pasar la oportunidad del testimonio.

Con el paso del tiempo se va decantando en mí que ser cristiano, ser en verdad cristiano, debe de ser algo simplicísimo. Pero cuesta dar a conocer esa sencillez gozosa y mucho más conquistarla en el esfuerzo del diario vivir. Tenemos fe en una Palabra antigua y siempre nueva. No queremos juzgar y tenemos conciencia de que sólo el amor redime, un amor que trasciende nuestras fuerzas y que sólo podemos alcanzar de hinojos ante la cruz. En un hombre habita la plenitud de la divinidad; en un hombre Dios se entrega y deifica a sus criaturas. Lo dicho no es para nosotros simple parloteo, es experiencia y vida ¿Mas que palabras y obras pueden ofrendar este tesoro que llevamos oculto?

No sé. Quiero darle vueltas a este asunto de cómo vive el cristiano su fe y su inserción eclesial en la sociedad secularizada y pluralista en que vivimos. Tenemos que dar un vuelco y modificar lo que se entiende que somos y creemos. Pero esa transformación exige tantas cosas y en tan diversas direcciones...

lunes, 10 de agosto de 2009

Reunión tabernaria


Quede así constancia de que, pese a las apariencias, la actividad en La taberna no ha disminuido...