jueves, 28 de mayo de 2009

Bonhoeffer (extracto de su obra El precio de la gracia)

La gracia barata es la gracia considerada como una mercancía que hay que liquidar, es el perdón malbaratado, el consuelo malbaratado, el sacramento malbaratado; es la gracia como almacén inagotable de la Iglesia, de donde la cogen unas manos inconsideradas para distribuirla sin vacilación ni límites; es la gracia sin precio, que no cuesta nada. Porque se dice que, según la naturaleza misma de la gracia, la factura ha sido pagada de antemano para todos los tiempos. Gracias a que esta factura ya ha sido pagada, podemos tenerlo todo gratis. Los gastos cubiertos son infinitamente grandes y, por consiguiente, las posibilidades de utilización y de dilapidación son también infinitamente grandes. Por otra parte, ¿qué sería una gracia que no fuese gracia barata?

(...)

La gracia cara es el tesoro oculto en el campo por el que el hombre vende todo lo que tiene; es la perla preciosa por la que el mercader entrega todos sus bienes; es el reino de Cristo por el que el hombre se arranca el ojo que le escandaliza; es la llamada de Jesucristo que hace que el discípulo abandone sus redes y le siga. La gracia cara es el evangelio que siempre hemos de buscar, son los dones que hemos de pedir, es la puerta a la que se llama.

Es cara porque llama al seguimiento, es gracia porque llama al seguimiento de Jesucristo; es cara porque le cuesta al hombre la vida, es gracia porque le regala la vida; es cara porque condena el pecado, es gracia porque justifica al pecador. Sobre todo, la gracia es cara porque ha costado cara a Dios, porque le ha costado la vida de su Hijo -«habéis sido adquiridos a gran precio»- y porque lo que ha costado caro a Dios no puede resultarnos barato a nosotros. Es gracia, sobre todo, porque Dios no ha considerado a su Hijo demasiado caro con tal de devolvernos la vida, entregándolo por nosotros. La gracia cara es la encarnación de Dios.

La gracia cara es la gracia como santuario de Dios que hay que proteger del mundo, que no puede ser entregado a los perros; por tanto, es la gracia como palabra viva, palabra de Dios que él mismo pronuncia cuando le agrada. Esta palabra llega a nosotros en la forma de una llamada misericordiosa a seguir a Jesús, se presenta al espíritu angustiado y al corazón abatido como una palabra de perdón. La gracia es cara porque obliga al hombre a someterse al yugo del seguimiento de Jesucristo, pero es una gracia el que Jesús diga: "Mi yugo es suave y mi carga ligera".

sábado, 9 de mayo de 2009

Temor de Dios

"Sin embargo, la comunidad o la nación que peca contra la Verdad, que pierde la reverencia a la Verdad y el horror a la mentira, está perdida, dejada de la mano de Dios. ¿Y qué castigo más grande que éste, que el que se va de la Verdad, ella se queda y no lo sigue y él se va? ¿Adónde se va? "A las tinieblas de allá afuera" -dice Cristo. La Verdad no puede imponerse a sí misma por fuerza. Si no la aceptan, se retira. ¡Temed a la Verdad que se retira!" San Agustín y los filósofos, P. Leonardo Castellani.

La Verdad nos incomoda. Parece que nuestro modo de ser-en-el-tiempo, el pathos de nuestra época, es la duda, o, mejor dicho, la incomodidad. Sí, creemos algunas cosas, algunas las hemos experimentado y han afianzado nuestras creencias, pero siempre estamos incómodos, siempre nos desagrada la "demasiada luz" que decía Pascal que no soportamos ("queremos tener con que sobrepagar la deuda").
Y sin embargo, "¡Temed a la Verdad que se retira!" Alguna vez me he imaginado volviéndome del todo indiferente, porcino, con mis cuatro gustitos y mis tres rutinas, y una sonrisa con sabor a sucedáneo de epicureísmo con cacharros tecnológicos continuamente renovados. Ruido y acciones, y objetos, que se suceden, sin dejar una rendija para el "Recuerde el alma dormida". La memoria de Dios oculta en mí -como dice Ratzinger- puede sufrir un irreparable alzheimer. A esto es a lo que Pêguy se refería como "lignificación": ir muriendo, pasar de tronco vivo a leño.
La Poesía, cuántas veces ha sido ese último hilo, ese despertador -de sonido débil- que nos avisa: cuidado, que la Verdad se retira. Nos asomamos, y hay un hueco, una huella. Ha estado aquí. Eso es la Poesía, un "ha estado aquí". Como la terrible oquedad gozosa del sepulcro el domingo de Resurrección.
El temor de Dios es temer no ver las huellas, que nos hundamos del todo en el embotamiento, lignificados. A esas piedras en que nos convertimos les fue prometido el Espíritu. La plegaria: recuérdame, despiértame, no me dejes aunque yo me aturulle. Llámame, por favor, porque a mí se me olvida.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Construir sobre roca

Siento no postear, pero al menos os enlazo esto. Que queréis que os diga, es edificante (aunque sea en el sentido de la demolición para construir desde los cimientos, de nuevo).

martes, 5 de mayo de 2009

Elogio de la Prudencia

¡La de tiempo que no me pasaba por la taberna para echar un trago de buen vino! En fin, ahora que mis ocupaciones me dejan un tiempo, veremos qué se puede hacer.
Uno quería hoy hablar de la prudencia. Ando estos días en el Instituto con la ética de Aristóteles arriba y abajo, a ver si consigo que mis alumnos consigan acercarse al modo aristotélico de pensar. Y en tales circunstancias vengo a dar con el tema de la maltrecha y casi siempre olvidada virtud de la prudencia. Es cierto que la crisis afecta a toda la ética de las virtudes, arrinconada hoy en beneficio del procedimentalismo formalista de neokantianos y habermasianos. Lo cierto es que las éticas de este cariz, las éticas discursivas, tan asépticas y pulcras ellas, no dejan de impresionar a un espíritu geométrico. Pero quizá la moral sea terreno más propicio para el pascaliano espíritu de fineza, que -a mi modo de ver- no es sino una variante de lo que los clásicos llamaban prudencia.
Lo primero de todo, el lenguaje. Hoy la palabra prudencia parece evocar un ánimo pusilánime y cobardón, un espíritu quisquilloso y apocado que la hace poco atractiva. Por otra parte está el lastre con el que Kant cargó el término, al entender la prudencia como astucia mala, como habilidad para satisfacer en cualquier circunstancia el mayor número posible de inclinaciones naturales. La prudencia quedaba así caracterizada -perdónenme los kantianos- como listeza de pícaros y avisados.
Hasta en los tratados clásicos sobre la virtud se tiende a obviar o relegar la prudencia que, a fin de cuentas, es el fundamento y la fuerza directriz de todo el quehacer moral.
La prudencia es un saber, pero un saber singular; un saber que no tiene por término lo universal y necesario, un saber que se orienta al polo opuesto: lo relativo, lo contingente, lo circunstanciado... La prudencia es el difícil arte de elegir. La prudencia no puede enseñarse metódicamente, porque no es una ciencia ni un sistema acabado de juicios o reglas morales. La prudencia ha de determinar el "kairós", el momento justo y oportuno, la ocasión idónea y no anticipable.
El prudente se ve inmerso en la trama intrincada de acontecimientos y posibilidades que constituyen el vivir; pero no queda atrapado por la tela de araña ni sumido en una perplejidad paralizante. El prudente decide, sabe decidir cuando las circunstancias son cambiantes, cuando la realidad se muestra ambigua y no es tan fácil separar el bien del mal. Quizá -no sé si es un juicio demasiado rotundo- alcanzar la prudencia es el término de la construcción personal y ética del sujeto. Prudencia es madurez, acendramiento, posesión de sí.
Y quisiera insistir en otra cosa: la prudencia es mediadora. El imprudente desemboca casi irreversiblemente en el fanatismo. Es el "camello" del que nos habla Nietzsche en "Las tres transformaciones del espíritu" (aunque luego no compartamos su mensaje final). Quien carece de prudencia -dejaré aparte el caso del inmoral- siente una especie de fascinación por la pureza diamantina del ideal ético. La moralidad se le manifiesta como un reino de valores objetivos interconectados según reglas precisas. El sentimiento moral adquiere entonces proporciones sublimes y caemos rendidos ante la majestad del deber.
El que estas líneas escribe está muy lejos de cualquier relativismo ético. Creo que es malo que la actitud filosófica se distancie de tal modo del sentido común que al final termine por censurarlo, zaherirlo y amordazarlo. La filosofía -creo yo- no ha de oponerse sin más al sentido común. Su misión es purificarlo mediante el sano ejercicio de la crítica, no destruirlo. Porque en el sentido común hay una precomprensión de la realidad, una apertura originaria al ser y la verdad que sirve de piedra de toque para toda especulación. Y en fin -que ya me apartaba de mi propósito- el sentido común nos dice que existe lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto. El filósofo -como decía- habrá de purificar estas nociones, corregirlas cuando sea posible, pero todo ello asentándose en la experiencia primigenia del ser humano.
La prudencia es mediadora. No se extasía ante la inmaculada idealidad de la moral objetiva, sino que intenta que el valor se encarne, tome cuerpo en la realidad cotidiana y se realice en nuestras vidas. Entonces surge el conflicto, conflicto entre el imperativo ético y las imposiciones fácticas del mundo, conflicto entre los mismos valores que puede parecer que se contradicen ¿A cuál hay que darle la prioridad? "Que tu sentido de la moral no te impida hacer el bien", decía un antiguo profesor de mis años universitarios. Aquí entra la prudencia flexibilizando, compaginando. La prudencia es cuidadosa pero no teme. Sabe que puede tomar la decisión errónea, mas también es consciente de que al nacer no se nos dio un manual de instrucciones ni una hoja de ruta para seguirla al detalle. Existe lo imponderable, lo incierto, lo dudoso... Hay que vivir con ello y atreverse a ser libres.

P.D. Apliquemos todo lo dicho a algunas decisiones magisteriales de la Iglesia que no están selladas con la infalibilidad. A veces pareciera que los estamentos eclesiales temiesen que sus fieles juzguen por sí mismos, con prudencia y discreción. Se lo quieren dar todo "mascadito". Grave error. Por cierto, nuestro fino e inteligente Ratzinger ha preparado una recopilación de artículos suyos sobre el tema de la conciencia. Que dispongamos pronto de la edición española.