martes, 17 de marzo de 2009

In principio erat Verbum

¡Qué difícil se nos hace advertir, aunque sea -no hay otro modo- oscuramente, la absoluta trascendencia de Dios! Quizá un rigor extremado abocaría a una teología apofática. El Misterio fundante no puede ser dicho. Refractario a toda verbalización sólo nos quedaría sumirnos en un silencio abisal. Pero las Escrituras nos revelan que Dios es Palabra, Verbo eterno y creador ¿Acaso la Palabra originaria no puede ser dicha?
La Palabra era en el principio. La Palabra funda, abre el espacio en que se da el sentido. La Palabra que es Origen sostiene, alumbra, llama a la existencia a las cosas, que sólo por Ella son expresión significativa y figura inteligible. Al ser esta Palabra fundamento en presente de la inteligibilidad del mundo, desborda con su poder luminoso lo fundamentado. Esta Palabra, la que es condición de posibilidad de cualquier discurso, no puede ella misma -eso parece- convertirse en un elemento del tejido discursivo. Del mismo modo que el ojo, que abre el campo visual, no puede constituir un objeto de dicho campo, la Palabra que sostiene la articulación del sentido no puede ser dicha. No es Palabra para el decir, sino para la escucha atenta, amorosa, paciente. Es Palabra que transforma, que da el ser y lo renueva sin cesar con su hálito de Vida. Esta Palabra es el lenguaje callado de las cosas. Es Palabra que re-vela, esto es, que despeja y al mismo tiempo oculta. Palabra que nos lleva al silencio orante.
Incapaz nos parecería que esta Palabra pudiera habitar el mundo y la historia; constreñirse en los límites del cosmos ¡Pero en Cristo la Palabra que todo lo conserva y recrea se insertó en la trama del mundo! Entró en la Historia trascendiéndola desde su raíz. Era en el tiempo y fundaba el tiempo desde la Eternidad. El Verbo estaba sometido en la humanidad de Cristo a los poderes de la Historia, a su lógica del sacrificio (Girard), y a la vez era el Señor que domina su curso con mano providente. El mundo es mundo, cosmos, porque se sostiene en el Logos, Cristo, cuyo Espíritu aleteaba sobre las aguas del caos primordial; y aún así, siendo la fuerza fundante del ser, lo encontramos como individuo, Jesús Nazareno, situado en el mundo e inmerso en la historia. Tales paradojas nos ofrece la Encarnación del Verbo de Dios.
Esta Palabra es fuerza que da sentido y saca a los hombres del ensimismamiento. Por Ella y en Ella reconoce el hombre a su prójimo y se siente a su vez reconocido e interpelado por él.
¿Cómo hacer luz en medio de tanta oscuridad? Un primer paso sería procurar no pensar objetualmente, pues Dios no es objeto sino aquello que hace que haya objetos. Me gusta la frase paradójica que arranca de Zubiri: No deberíamos decir que hay Dios, pues parece que el "hay" abre un espacio donde se insertan en plano de igualdad ontológica los entes finitos y el ente infinito (cabría una simple ordenación o jerarquización dentro de un marco común, siendo Dios un fragmento en la suma del todo, aunque lo tuviéramos por el más excelente), y Dios trasciende tal plano. Dios estaría mas allá del "haber", Él "hace que haya", pero está allende y aquende el "haber" (alguno dirá que esto es vaniloquio y torpe verborrea)
¿Que entiendo -se preguntará el lector- por pensamiento objetual? Veamos si consigo explicarme. Si objeto (ob-iectum) viene a significar etimológicamente algo así como ser arrojado fuera, sacado al exterior, ex-puesto, entonces lo objetual se definiría como patencia y mostración, siempre referidas a la conciencia y sometidas al poder analítico del sujeto (el cogito cartesiano). Esto se ve muy bien en el decurso de la modernidad filosófica, que deriva en un sujeto-objetualismo, como diría Leonardo Polo. El ser reducido a patencia, a dato referido a un sujeto neutro, trascendental (Kant o Husserl) o bien resuelto en simple hecho controlado experimentalmente (los positivismos). En ambos casos la densidad, consistencia y "peso ontológico" de los entes se difumina y desaparece de nuestro horizonte intelectual.
La modernidad está construida sobre este olvido. En todos los campos. Ciencia: el ente físico se disuelve en la abstracción matemática. Arte: la obra se disuelve en la explanación de sus elementos técnico-constructivos; nada dice porque sólo remite a sí misma en una recurrencia narcisista. Política: Atomismo social, el ciudadano como sujeto, desustanciado y huero, de derechos.
Todo ello ha supuesto un avance, un progreso. Ello es innegable. Pero es difícil sortear el peligro de un reduccionismo harto peligroso. Todo es transparente y diáfano, presencia disponible, construcción sometida a reglas... Esto nos lleva al tedio infinito del "mundo administrado". Todo es funcional, sustituible y técnicamente dominable. Todo "valor de uso" se desvanece y sólo quedan "valores de cambio". Es la "fungibilidad" -permítaseme el neologismo- universal. No olvidemos, por cierto, que sobre algo tan especulativo, etéreo y vaporoso como el dinero fundado en dinero se basa nuestro orden económico. Todo es fantasmagoría, delirio de representación de una representación en una secuencia indefinida si no infinita. A veces recuerdo -con C.S.Lewis- que las tres grandes religiones monoteístas prohiben el préstamo con interés (justamente la raíz de nuestro sistema socio-económico).
Yo quería hablar de Dios y he terminado con el ídolo Mammon. Mi pretensión era pensar la inobjetualidad de Dios, que es lo que muchos que se dicen ateos confunden con su inexistencia, pues como sólo conocen un pensar reificante han establecido inconscientemente la ecuación objetualidad = existencia. Pero -amigos- en este momento el asunto me desborda. Ya habrá ocasión de retomar esta senda.

8 comentarios:

Alejandro Martín dijo...

Sobre lo de Zubiri y el "haber": estoy leyendo un libro de Vattimo en el que discute con D´Arcais y Onfray, y en algún lugar cita al teólogo protestante Bonhoeffer (gran mártir de la resistencia cristiana) cuando decía "un Dios que existe no existe". Hay que entenderlo en ese sentido. Al fin y al cabo, el hombre sólo sabe hablar de existencia en términos de "objetualidad", pero aquélla no se agota en ésta.

Con esto salgo en defensa de Kant, como no podía ser de otra manera. Es verdad que él dice que el ser (o la existencia) es un mero modo de predicación, pero también es verdad que, para él, "ser" en el sentido profundo que le ha dado la filosofía, es "noúmeno", y por tanto, algo nunca disponible para el sujeto. Para Kant la realidad es algo que nunca se deja reducir a la red del entendimiento. Ya lo hemos hablado en otras ocasiones, pero disiento de esa visión de la modernidad. Ese "sujeto-objetualismo" es producto de una visión reduccionista de la modernidad, que ignora lo fundamental de ella: la experiencia (muy cristiana, por cierto) de la finitud del conocimiento.

Jesús dijo...

¡Joer, como sois los filósofos! Permitidme, más acá y más allá de la filosofía, que diga y grite, muy teológicamente: ¡un hijo de Dios ha de poder hablar de su Dios Padre! Y deberá hacerlo, y querrá hacerlo. Aunque muchas veces también tenga que callar.
Perdón si lo anterior pareció un exabrupto. Quizá lo sea. Pero estoy entre amigos.

Anónimo dijo...

Bueno, creo que todos estaremos de acuerdo en que no es posible una definición unívoca de modernidad. Tras la crisis nominalista y durante el Renacimiento se abren múltiples conatos de modernidad. Triunfó un modelo, el cartesiano, pero hay toda una corriente subterránea que puntualmente emerge, como un Guadiana, para luego retornar a la sombra. Es lo que la Zambrano llamaba los logoi sumergidos, cuyo rescate se propuso. Una de estas tendencias relegadas: el humanismo retórico (cuyo valor filosófico ha sido reivindicado por Grassi). Por otra lado la línea "sapiencial", de experiencia -generalmente poco atendida- de las guías espirituales, directorios de contemplativos, etc. Se dirá: eso no es filosofía. Bueno, tal vez, pero basta leer con atención a nuestros místicos para advertir hasta qué punto sondean la experiencia hasta sus límites y revelan lo que en la estela cartesiana se perdió.
Para mí hay un nombre clave en la modernidad: Leibniz. Es el que recoge todas las tradiciones ignoradas por la ortodoxia racionalista. No se le puede encasillar tan fácilmente. Hay muchos que no van más allá de la burla de Voltaire. En Leibniz se recoge lo mejor del pitagorismo, se recrea la Escolástica tomista y scotista, se asimila lo que de valioso había en las cosmovisiones animistas y mágicas del Renacimiento... ¿Qué hubiera sido del siglo XVIII europeo si los Nuevos Ensayos se hubieran publicado en su hora y no póstumamente? Creo que el empirismom chato de la Ilustración (siempre dejando aparte a Kant) no lo hubiera tenido tan fácil. Ay, que se me fue la olla y me aparté de mi tema.
Kant. Hablemos de Kant. Muy justo es lo que dices, Alejandro (yo pensaba más bien en el absolutismo del sujeto de los poskantianos). Más aún, en "Kant y el Problema de la Metafísica" sigue Heidegger una senda muy interesante: el ser no es predicado, no es una propiedad constitutiva de la esencia del ente, el ser es la posición absoluta del objeto y, en consecuencia, está allende o aquende -como queramos- la predicación que categoriza, reifica y objetiva. De ahí arranca la objeción kantiana a la prueba ontológica, donden el Ilustrado de Königsberg blande argumentos similares a los del Aquinate. Y es que ahí Kant esta a puntito de desvelar la fontalidad y fundamentalidad inconceptualizable del "actus essendi". Quisiera hablar algo sobre la noción de noúmeno, pero no me voy a alargar más. Saludos. Que nos veamos pronto. Ah, por cierto, desde aquí recuerdo a Beades que le debo un pronto encuentro para conocer a cierta personita. Que todo marche bien.

Alejandro Martín dijo...

Me alegra mucho que tú también lo veas así, Anónimo Javier. Me refiero a la cercanía entre la concepción kantiana del noúmeno y la propuesta tomista de un actus essendi del que no es posible tener concepto. Alárgate un día sobre la noción de noúmeno: para mí el problema de la historia de la filosofía es que, como decía el otro día Beades a propósito de otro tema, tendemos a reconstruir las causas según las consecuencias. Pero Kant tenía intenciones distintas a las de sus seguidores. Y, entre ellas, no estaba desde luego convertir al sujeto en juez de la realidad, sino "limitar el conocimiento para dejar sitio a la fe".
Suso, ¿por qué tu exabrupto? Claro que un hijo ha de poder hablar de su Padre, pero sin olvidar que es su "Padre", no su "padre", y que, por tanto, el lenguaje se queda corto. Al fin y al cabo, el cristianismo no es la religión de los hijos que hablan de su Padre, sino del Padre que habla a sus hijos.

Antonio Javier Sánchez Risueño dijo...

¡Hombre! ¡Qué sorpresa! Aunque anónimo, salió mi comentario. Ya lo creía perdido.
Por otra parte. amigo Suso, no te preocupes, de exabrupto nada. Y no creas que estoy lejos de lo que dices. Quería incidir en la paradoja de la Encarnacióm -entre otras cosas-, en el misterio de un Dios que siendo el Inefable e Incognoscible para el hombre, es a un tiempo Palabra que dota de sentido la trama de nuestra existencia -aunque sea en la oscuridad de la fe- y la impulsa hacia una esperanza sin límites. Este Dios es Presencia abarcadora, cobija amorosamente, ampara en su misericordia; otras veces nos enoja porque parece eclipsado, porque se ora, se clama, se pide... y no hay más que silencio. Pero en ese silencio quizá haya que encontrar un rastro que nos devuelva a la confianza de la fe. El Señor no está sometido a nuestras expectativas o cálculos. Como dijo algún santo: todo es gracia.

Jesús dijo...

Lo de "todo es gracia" creo que lo dijo Teresa (¿por qué no olvidamos el odioso "Teresita"? de Lisieux, que después retomó Bernanos como remate para su "Diario de un cura rural".

Outsider friar dijo...

"...y no hay más que silencio" (sí, frecuentemente, pero incluso entonces es más nuestra sordera o nuestra lejanía que Su "callarse-la-boca"; no calla; por ser Palabra, la taciturnidad no es en ningún modo un atributo divino)

Anónimo dijo...

Refractario a toda verbalización, sí, pero no sólo el Misterio fundante. ¿Acaso alguien puede ser pensado? ¿Hay quien pueda ser dicho? Pensamos sobre, decimos de, reconocemos atributos, clasificamos, empaquetamos y nombramos, y siempre nos quedamos en la orilla. Si ni a nosotros mismos sabemos decirnos... Y sin embargo, aunque no podamos decirlos, sí que conocemos a los quienes, y los queremos, y sabemos si nos quieren...
En fin, no veo clara cuál es la cuestión, creo que lo que mejor he entendido ha sido lo de que el asunto desborda.
Yo estoy con Suso, hasta la primera jota, y con que lo propio de los hijos es balbucear.
Y en cuanto al todo es gracia, creo que tanto Teresa -si te pones así, fuera el "ita"- de Lisieux como Bernanos se refieren al pasaje de la Carta a los Romanos que precisamente se ha leído estos días (y hasta es muy posible que ambos citaran el final teniendo muy presente, sin citarlo, su principio): "Apoyado en la esperanza, creyó, contra toda esperanza ... Por eso, como todo depende de la fe, todo es gracia".