lunes, 9 de marzo de 2009

Sobre Erasmo

No he frecuentado la lectura de Erasmo. Hace años, cuando hojeé y leí algunos fragmentos del Elogio de la Locura, no logró engancharme y ahí quedó durmiendo el sueño de los justos. Ya le llegará su momento. Sí me interesó, no obstante, ese cuidado breviario espiritual que es el Enchiridion. Aún así, también la lectura quedó truncada. Con el tráfago de libros que me traigo entre Sevilla y Ávila y -aquí entono el mea culpa- con mi vicio de la lectura dispersa, a salto de mata, y por eso siempre inconclusa, también dejé el dulce Enchiridion a medio leer. Cargado de razón estaba nuestro JRJ: "para leer mucho, comprar poco". No obstante, me atrevo a emitir algún juicio sobre quien se ha convertido en prototipo de humanista. No son sino algunas impresiones sueltas e inconexas. En concreto, me parece interesante discutir el cristianismo de Erasmo, su vividura de la fe, su contemplación de Cristo.
Primera advertencia. Afirma Merton -y es verdad- que parece haber aún hoy cristianos enojados porque, a fin de cuentas, permaneciera Erasmo cristiano ortodoxo, fiel a Roma, y no fuesen más allá sus afanes reformistas. No sé, parece que a algunos su presencia les incomoda y lo preferirían convertido en hereje de tomo y lomo. Tampoco aquellos que se autotitulan ampulosamente librepensadores (siempre tan prejuiciosos, siempre siervos de los ídolos de su tiempo) saben muy bien cómo habérselas con Erasmo: espíritu tolerante, crítico mordaz del clero y la superstición, paladín de la paz... (hasta aquí todo bien) pero -¡ay amigos!- que esa paz viene a ser la concordia fundada en Cristo y su Evangelio, que en esas diatribas late un anhelo de pureza espiritual y rectitud de conciencia arraigado en la fe, que resulta que nuestro héroe del progreso no deja de ser un "apestado" más por la ponzoña cristiana.
Es verdad que estos humanistas solían ser tan vanidosos como cobardes, y les costaba mucho el compromiso claro y definitivo (aunque está el contraejemplo de Tomás Moro). Pero reconozcámoslo, Lutero no consiguió arrastrar a Erasmo a su aventura y creo que algunos de sus defectos actuaron en tal momento como firmes virtudes que le impidieron dar el salto: su racionalismo moralizante y una disposición anímica e intelectual poco inclinada al fervor místico obraron como anticuerpos frente a la Protesta.
No obstante, uno lee a Lutero y encuentra en sus escritos la fuerza, el empeño, el brío de quien ha sentido sus entrañas sacudidas por la Palabra del Evangelio. Notamos el fuego de un corazón que ha descubierto su salvación en Cristo, que sabe de sus miserias y ha sido prendido por el exceso inefable de la Cruz: Dios se entrega por completo a los hombres, se hace don gratuito y libérrimo que sólo exige manos para recibir. Y ante Lutero Erasmo empalidece. Su cristianismo toma la apariencia de algo fofo, desustanciado, asimilado y casi sometido a la ética de los antiguos. Bellas formas armoniosas pero vacías. Elegancia y erudición, ingenio y sutileza, pero... ¿Y el poder de Cristo que interpela?
Es difícil juzgar a Erasmo, más aún cuando se recuerda el efecto benéfico que tuvo sobre la espiritualidad española de la primera mitad del XVI. Erasmo era en estas tierras emblema de un cristianismo libre de la mugre casticista, hondo, puro, radicalmente evangélico. Todo esto a pesar del "non placet Hispania" con que zanjó la oferta de una cátedra en Alcalá. Si a Erasmo no le gustaba España, los españoles sí que saboreaban con fruición la prosa del humanista. Pienso en Carranza, en los Valdés... Me gustaría conocer si hubo alguna influencia sobre fray Luis y otros doctores salmantinos como Cantalapiedra, dato que desconozco. Verdad es que ellos bebían de otras fuentes y su humanismo tenía otros matices. Era la mejor España en un tiempo en que parece ser que la cristianía se ponderaba por los torreznos y morcillas que uno podía comer sin escrúpulos y quebraduras del ánimo.
Resulta paradójico que a Erasmo no le gustara España porque, según decía, aquí abundaban los judíos (seguramente rompió con Vives tras descubrir sus orígenes hebreos) y, sin embargo, en España el escritor supusiera un cauce libre, un espacio abierto, para los "cristianos nuevos" que habían de sufrir las asechanzas de la Inquisición y del populacho hacia los judeoconversos. Eso te vuelve a reconciliar con Erasmo.
Dejo aquí, inconclusas, estas consideraciones, porque uno se daría al parloteo sin medida.

2 comentarios:

Alejandro Martín dijo...

Y sin embargo (voy a la comparación con Lutero), en Erasmo hay un amor por la vida y por la cultura que falta en Lutero. Con toda mi admiración por el Reformador, encuentro en él una espiritualidad fanática, triste, enojada con los bienes del mundo. Al fin y al cabo, no deja de ser aquel resentido campesino alemán, escandalizado con la exuberancia vital de Roma, del que hablaba Nietzsche.

La ironía, la agudeza, la imaginación de Erasmo no son una pose de "esteta", sino expresión de una forma de ser cristiana -inteligente y moderna- que se podría llamar "pre-chestertoniana".

Y siendo así, entiendo que rechazara la cátedra de Alcalá. A mí tampoco placet la Hispania en la que la religión "es una chochez de viejas que disecan al gato cuando se les muere", como recordaba Beades que dijo Valle-Inclán.

Jesús Beades dijo...

Tíos, nos recomiendo Herán: http://hjg.com.ar/blog2/

No es moco de pavo.