sábado, 27 de marzo de 2010

El chivo expiatorio y la religión de Cristo

Llega la Semana Santa, y yo sigo leyendo a Girard. Cuando llego a Sevilla, me cuentan en casa que los capillitas de esta tierra mariana andan mosqueados con el pregón de García Barbeito, que no ha nombrado una sola Hermandad en toda la hora y media que estuvo hablando. Y me acuerdo inmediatamente del relato de una compañera de trabajo, que asegura haber visto a sus devotos paisanos granadinos pasando un pañuelo por el paso de Nuestra Señora de las Angustias para guardarlo piadosamente después en sus bolsillos. Pienso que la cuestión ya no es si este tipo de comportamientos pueden, no obstante, esconder una auténtica fe no idolátrica, sino si, en sí mismos, son compatibles con dicha fe.

Mi relato es caótico, así que mi reflexión será pobre. No importa: el hecho es que llega el tiempo en que celebramos que Cristo se ofrece a sí mismo como Víctima. En pie está la pregunta de si Cristo como Víctima -incluso como Víctima Resucitada- es el último objeto de adoración de los cristianos y en qué medida. Recuerdo las palabras de Lessing acerca de la diferencia entre la religión de Cristo y la religión cristiana: entre la religión que tuvo Cristo y trató de enseñar, y la que practican los cristianos al convertirlo a Él en objeto de adoración. ¿Será verdad que, como dice Girard, "son los mismos homicidas quienes sacralizan a su víctima"? ¿sacralizamos entonces la persona de Cristo como modo de expiar, en Él, nuestro propio mal, en lugar de venerar aquello que Él representa y realiza en sí mismo?

2 comentarios:

Máximo Silencio dijo...

Cristo no enseñó que el era el amina la verdad y la vida, es decir, es Dios, pues si no su sacrificio sería en vano pues si solo fuera un hombre, su muerte no hubiera paliado el peso infinito de nuestro pecados sobre la inmensa bondad de Dios. Además, si Cristo no fuera Dios no podría haberse resucitado a sí mismo, rompiendo de modo icónico el peso abrumador de la muerte. La vida de cristo en cierta manera es icono de la perfección y de su divinidad, y solo mediante este icono perfecto conoceremos la realidad de Dios, verdad y amor injertados el uno en el otro. ¿Y que tiene ver lo que dices tú con todo esto (que me he liado)?

Reconocer nuestras limitaciones, tener disposición de contemplar la verdad absoluta... en su máximo exponente que es la adoración, da al hombre y permite seguir ese camino cristiano, que no es un precepto, o leyes absurdas sino Cristo mismo.

Anónimo dijo...

Muy buenas reflexiones, ambas dos. De todos modos a mí siempre me ha complicado un poco eso que suele llamarse "religiosidad popular". Procesiones, adoración folclórica, camino cristiano; no se Antonio, yo quiero pensar que hay otras maneras menos ruidosas de acercase al Señor -no me lo tengas en cuenta que soy de Pucela-. En lo del precepto y las leyes absurdas mejor no entrar porque no quiero escandalizar a nadie (Ay de aquellos que escandalicen...) y además podría estar aún bajo los efectos de mi última lectura "piadosa" -Lost Christainities, The Battles for Scripture and The Faiths We never knew- de Bart Ehrman (versión española), que recomiendo.


Alejandro, me ha encantado la denominación "capillitas" y por supuesto la mención a Lessing. Este año sigo martirizando a mis alumnos con Nathan el Sabio y la Ringparabel.

Un saludo afectuoso para los dos y Frohe Ostern!

Th. Reichmann