A pesar de que no conozco apenas nada de la obra de Maritain (en tiempos me limité a hojear con cierta desidia "Los Grados del Saber"; algo -casi nada también- sé de sus reflexiones sobre cristianismo y filosofía política), a pesar de este conocimiento superficial, digo, siempre he sentido una relativa antipatía hacia el personaje. No por ello dejo de valorar su relevancia intelectual y, para ser justos, habría que atender a las fases de su evolución filosófica. Supongo que en esta antipatía influyen la dureza e inflexibilidad con la que se comportó con Péguy en lo referente a su situación familiar, o el artificio con el que procuró integrar a San Juan de la Cruz en la ordenación tomista del saber ¿Tanto costaba reconocer que en la doctrina del santo de Fontiveros había divergencias con respecto al Aquinate sin que ello supusiera desdoro alguno ni para Santo Tomás ni para San Juan ni para el propio cristianismo?
Ahora viene un texto de Gabriel Marcel a confirmar estas sospechas. En uno de sus artículos de "Los hombres contra lo humano" ("La conciencia fanatizada")encuentro las siguientes palabras: "Cuando Jacques Maritain afirmaba que, hablando con rigor, se podía ser católico -pero no inteligente- sin ser tomista, emitía una afirmación propia de un fanático puro y simple, y se podría hacer ver mediante qué transacciones casi imperceptibles es siempre posible pasar de ese fanatismo venial hasta el fanatismo sin más"
Estamos en lo de siempre. Si a menudo es exasperante por su vacuidad esa pose irónica y semivolteriana de nuestros agnósticos ¡qué insufribles nos hacemos a veces algunos cristianos! Es esa mentalidad de partido confesional. Pertenecer a la Iglesia se rebaja a pertenecer a algo así como un lobby, un grupo de presión o una panda de amiguetes encantados de ser como son y de haberse conocido. La Iglesia no está para predicarse a sí misma, Ella está al servicio de su Señor, Ella anuncia el Reino (que por cierto desborda sus fronteras visibles). Ese catolicismo de bandera y megáfono es el que retraía -entre otras cosas de mayor enjundia- a inteligencias tan lúcidas como la de Simone Weil: la comunión interpersonal sustituida por el espíritu de partido, las gentes como masas sometidas al egoísmo de la carne -por utilizar el lenguaje de San Pablo- y no elevadas a la condición de pueblo consagrado que se dirige a su Señor.
Alguna entrada me gustaría dedicar a esa peligrosa confusión entre fe -bien y don que proceden de lo alto, del Padre de las luces, como dice Santiago en su carta- y creencias. No sé si la distinción es artificiosa. Creo haberla leído en algún lado. Se trata, sencillamente, de no hipertrofiar o absolutizar las instancias mediadoras. Las estructuras de mediación (doctrinas teológicas, casuística moral, instituciones eclesiales...) cuando son objeto de una pasión sin medida resultan de una atroz peligrosidad. Es entonces cuando la religión se ideologiza para al fin convertirse en el más temible de los ídolos.
P. D. No quisiera que ningún lector leyese lo antes expuesto con anteojeras políticas, poniéndolo en relación con los conflictos que se han dado y se dan en España entre Iglesia y Estado. No es esa mi intención.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
¡Qué buenas las últimas entradas, Antonio Javier! A mí me pasaba lo contrario: sabía menos que tú de Maritain y me resultaba simpático, pero después de esto, me quedo un poco en estado de shock... Abundan muchos cristianos así, con esa conciencia de clan y ese apego a las etiquetas y a los eslóganes de partido, sólo que tienen la excusa de no ser tan inteligentes y cultos como Maritain...
Oye, Ale, quiero aclarar que yo de Maritain no domino nada y casi nada he leído. Temo ser injusto con el pobre hombre. Por ejemplo, una afirmación tan ruda como la que pone en sus labios Marcel se me hace difícil de compatibilizar con la amistad de Maritain con gentes como Mounier o Merton, no calificables de tomistas y a los que no creo que Maritain despreciara intelectualmente. En fin, el mejor escribano echa un borrón. Ahora soy más benévolo con Maritain. Es posible que lo pilláramos en un mal momento.
Sí, yo creo que os cebáis con él, aunque hablo de óidos, sólo por impresiones, porque yo tampoco lo conozco casí, pero he leído el primer volumen de Las grandes amistades, las memorias de su mujer, Raïssa, y ahí se ve que eran una pareja de gran nivel humano, por no entrar en aspectos religiosos. Y se convirtieron al conocer a Leon Bloy, nada menos (si no, habían decidido - eran estudiantes de filosofía los dos- suicidarse si no encontraban a Dios).
A mí Maritain no me cuadra nada en el concepto de 'fanático', pero nada en absoluto.
Y fue fundamental para la visión del arte de Flannery O'Connor, así que con eso me valdría.
Publicar un comentario