miércoles, 28 de enero de 2009

La opacidad del mundo

¿No hace nuestro actual modelo de vida muy dificil el encontrar aquellos lugares en que se revela lo fundamental y originario? Estos lugares privilegiados podrían ser, por enumerar algunos: la soledad y el silencio, la duración, la consistencia e impositividad de las cosas, el encuentro con el otro que es promesa de plenitud, etc. Estas realidades pueden ser tenidas como misterios o -mejor el término latino por las resonancias que trae- sacramentos. Sí, son como una grieta luminosa en la opacidad compacta del mundo.
Pensemos en el hombre de otras épocas. Para él el silencio no era un simple paréntesis -muy a menudo oneroso- en el tráfago y el vano parloteo de lo ordinario. El silencio era el fondo desde el que se vivía. La palabra nacía de ese silencio y revelaba lo que el corazón maduraba. Fijémonos en nuestro mundo: uno no puede tomar un café en un local, arrullado simplemente por el murmullo de las voces vecinas y el tintineo de las cucharillas. Tendrás que soportar la televisión (que seguramente nadie ve) y la música radiada (que seguramente nadie escucha). Llegas a casa y es casi un automatismo poner la tele, conectar la radio... Te levantas por la mañana y se repite lo mismo. Así quedamos como abotargados o excitados, con un runrún que nos persigue incesante.
El tiempo. Casi que no tenemos experiencia de la distensión inevitable en que el tiempo se abre. Vivimos en la era de lo instantáneo. No se preocupe -podría decirse- porque todo es "ahora". Dispone usted de cuanto quiera aquí, en este momento. El tiempo no se percibe y vive como un madurar, como crecimiento continuo que emerge desde el fondo inviolado e inviolable del ser. No hay espera. El tiempo no es duración que se acrisola, progresiva expansión y acendramiento. El tiempo es simple yuxtaposición, secuencia entrecortada de instantes huecos. No es un tiempo vivo, duración real (recordemos a Bergson o Machado; más aún, remontémonos hasta el San Agustín del final de "Las Confesiones"). Es un tiempo vacío, un puro pasar que nada revela.
Temo ser tachado de "tecnófobo". A fin de cuentas nada es más instantáneo que internet y de ello me sirvo. No hablo desde esa perspectiva extrema. Sólo que creo que aquellos que hemos nacido, por ejemplo, después de la televisión no podremos acceder ya a una experiencia del mundo que sí tuvieron todavía nuestros abuelos y que para nosotros está definitivamente vedada.
Ya veré si en lo futuro sigo por la senda abierta por estas reflexiones, no sé si demasiado ingenuas o superficiales.

8 comentarios:

Ángel Ruiz dijo...

El texto está muy bien, salvo la palabra 'vivenciar', que se me ha atragantado en medio del párrafo. Saludos

Antonio Javier Sánchez Risueño dijo...

Muchas gracias, Ángel. Es verdad que lo de "vivenciar" es un tropezón de cuidado. Lo he buscado en el diccionario de la RAE y, efectivamente, ni existe. Pretendía ser una traducción un tanto libre -y desafortunada- de un término utilizado mucho por los fenomenólogos alemanes: "erleben". Es algo más que el simple vivir o experimentar algo (como se suele traducir); supone una implicación plena y total del sujeto con aquello que le afecta. Creo que fue nuestro Ortega el que introdujo el término "vivencia" para traducir el sustantivo Erlebnis.
¡Jo, cómo me he enrollado! Pareciera que no acepto una corrección. Saludos

Jesús dijo...

Pues discrepo de Ángel. En efecto, la palabra vivencia es invención de Ortega y Gasset. Y subrayo lo de invención. Al lenguaje, a veces, hay que estirarlo, para que dé más de sí. ¿Qué importa que "vivenciar" no esté en el DRAE? Reclamo, y lo ejerzo, el derecho a inventar palabras, dentro de un orden claro, no caprichosamente, sino al hilo de la propia fuerza del discurso propio, del propio pensamiento. Un ejemplo. La palabra "inocentarse" no la encontraréis en el DRAE. Pues bien, e aquí esta frase de María Zambrano: “Uno de los más persistentes afanes del hombre moderno y actual es el de inocentarse”. Ella "necesitaba" esta palabra y la puso sobre el papel. Podrían citarse miles de casos.

Jesús Beades dijo...

Y de paso, SusoAres, la cita de la Zambrano está requetebién. Toca de cerca un tema que me lleva rondando mucho tiempo.

Jesús dijo...

Pues esperamos leer aquí el fruto de esa ronda, Jesús.

José Miguel Ridao dijo...

Entrando en el objeto de la reflexión, yo añadiría otro lugar que se ha perdido: la oscuridad. Estuve viviendo un año en un pueblecito perdido y cuando volví a la ciudad me di cuenta de que no había noche, y la noche es algo que el hombre siempre ha tenido hasta hace muy poco. De pronto fui consciente de que era una gran pérdida.

Un saludo.

Ángel Ruiz dijo...

Bueno, yo no critico la palabra, sino el hecho de que en el texto, que estaba muy bien, quedaba rara. A mí me es indiferente el diccionario de la RAE y soy muy partidario de estirar el lenguaje todo lo que se pueda, por ejemplo con la palabra 'inocentarse'. Pero es que 'vivenciar' se me atraganta, qué le vamos a hacer.

Alejandro Martín dijo...

Qué entrada más pertinente, y qué bonito y bien visto eso que dice José Miguel. Las temporadas que pasé en el monasterio benedictino de Leyre me llamó la atención cómo la experiencia rutinaria del tiempo, la soledad, la penumbra y el silencio, paradójicamente no producían aquello que podría esperar un habitante del mundo exterior como era mi caso: la vida monástica no genera, contra toda expectativa, ansiedad porque la vida "se escapa". Más bien al contrario: uno tenía la sensación de que la vida y el tiempo estaban siempre disponibles. Lo cual no es cierto, pero es más verdad que la permanente sensación de pérdida propia de nuestra vida postmoderna.