Observaba agudamente Olegario González de Cardedal que eran precisas amplias miras, paciencia y sentido histórico, para superar y colocar en sus justos términos las tensiones entre bandos eclesiales tras el último concilio. Que no nos ciegue la inmediatez de los hechos. Venía a decir Olegario que la asimilación de un Concilio es un proceso de largo recorrido, requiere una lenta maduración que puede sobrepasar el siglo.
Yo apenas conozco nada de Historia de la Iglesia, cuatro lugares comunes, pero siempre me ha sorprendido la hondura de la crisis arriana y lo difícil que era la situación para la cristiandad ortodoxa. Parecía tenerlo todo a favor Arrio: su teología era más fácilmente asimilable al neoplatonismo, su énfasis en la unicidad absoluta e irrestricta de Dios (anulando así la unidad viva del Dios trino) podía emplearse políticamente como una apología del poder soberano del Emperador, obispos y ministros de la Iglesia se adherían al arrianismo y su número se multiplicaba velozmente... Si la Iglesia pudo superar tales divisiones, no nos rasguemos las vestiduras ante la situación que hoy vivimos.
El dominico Timothy Radcliffe, que comparte la actitud serena de Olegario, procura dilucidar la embrollada situación eclesial en que nos encontramos los católicos de los últimos cincuenta años distinguiendo dos tendencias fundamentales en el seno de la Iglesia: los cristianos del Reino y los cristianos de la Comunión. A cada corriente le correspondería un teólogo de cabecera y una revista. Mientras que los del Reino tendrían como referencia teológica a Rahner y como publicación Concilium, la otra corriente se inspiraría en Balthasar y se daría a conocer a través de la revista Communio. He de confesar que yo no he leído jamás un número de ninguna de esas publicaciones. Algo si puedo conocer de los teólogos sacados a la palestra: por ambos siento la misma admiración, el mismo respeto. No lo dudemos, son los dos grandes de la teología católica del pasado siglo.
Pero vayamos al núcleo del asunto. Los cristianos del Reino -dice Radcliffe- sitúan en el centro del cristianismo la Encarnación: Dios asume nuestra humana naturaleza y penetra así en la Historia de los hombres. El Reino de los Cielos ha llegado, está entre nosotros en Cristo. Toda obra humana ha quedado en suspenso y se ha dejado finalmente colmar por la energía divina. La Iglesia ha de potenciar al máximo el impulso de autotrascendimiento que le es propio. No debe deambular por el mundo con su monólogo solipsista, ha de abrirse y dejarse inundar por la marea de una humanidad sufriente, que padece bajo el yugo de injusticias y formas de opresión a menudo avaladas por la misma Iglesia, la que debía ser signo de la misericordia de Dios y la fraternidad entre los hombres. Abracemos el mundo secular para transformarlo desde dentro con la fuerza del evangelio. Apertura al siglo, horizontalidad, profetismo y denuncia social, crítica de las estructuras eclesiales anquilosadas y confianza en la libertad del Reino.
Los cristianos de la Comunión, sin embargo, verán en los primeros una hermenéutica rupturista del Concilio. Se habla de "aventurerismo teológico", de secularismo y difuminación de la especificidad cristiana. Hay que volver a las fuentes de la tradición bimilenaria de la Iglesia, reconocer que si Concilio fue el Vaticano II también lo fue Trento (Julián Marías). Salvemos ante todo la continuidad de la Iglesia. Que la atención a los signos de los tiempos no sirva de excusa para acomodarse a este mundo y dejar de ser escándalo para el hombre carnal. El signo por excelencia es la Cruz, la paradoja de la Cruz y la fuerza que de ella nace.
En fin, en estas cosas siempre se corre el peligro de caer en la caricatura, y mucho de caricatura tiene la simplona descripción que hemos hecho. Yo en este punto me acojo a una reflexión de Samuel Johnson anotada por Boswell. Cuando al doctor Johnson -odiaba que se le llamara doctor- se le pregunta acerca de las diferencias entre tories y whigs, responde que un tory y un whig sensatos siempre se hallarán en lugar semejante, más próximos y hermanados entre sí que lo que pueda estarlo cada uno con los extremos de su respectiva facción. Traslademos esto al ámbito eclesial, aunque se nos tache de eclécticos o tibios. Los extremos dejémoslos aparte por hoy. Algo podría decir de ellos pero me muerdo la lengua. Ya hablé en su momento del espíritu de partido que penetra en la Iglesia ideologizando, fanatizando, anatemizando... Soy de natural reposado y me cuesta la crítica acerba. Bueno, ya veremos hacia donde me conducen finalmente estas reflexiones.
jueves, 26 de febrero de 2009
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5 comentarios:
Antonio, al haber titulado tu entrada "Reino 'y' Comunión" y no "Reino 'o' Comunión", ya lo has dicho todo. Se trata de sumar, no de restar. Yo apuesto por la suma, por ser copulativo, siempre discriminadamente, claro, tomando lo bueno que pueda haber en todo, que (casi) siempre lo hay. Todos somos heréticos potenciales, o reales, y sólo la Communio Ecclesiae nos libra de salirnos de la verdad.
Bueno, perdón, creo que me he salido del tema.
Veremos, veremos. Pero sí que es muy necesario este sosiego, y esas amplias miras, paciencia y ese sentido histórico. Lo que no excluye la reflexión, la discusión, que alimentan las ganas de saber, y de comprender.
Al igual que en el ecumenismo no se debe caer en un triunfalismo fácil, de brocha gorda, sino que hay que dejar hacer al Espíritu, y no dimitir de la búsqueda de la verdad (como advierte Ratzinger), en este aspecto intraeclesial de los bandos –del catolicismo– tampoco deberíamos pasar fácilmente a otra cosa, con un simple "en fin, todos somos cristianos, y esto no son más que distintos estilos y opiniones". Y quedarse tan panchos. Porque la verdad es que no nos quedamos tan panchos, y las dificultades intelectuales seguirán estando de todas formas, arañando nuestro ánimo, e invitándonos de nuevo a leer, pensar, y debatir.
No es un mal síntoma reconocerse de una u otra vertiente (el Reino o la Comunión, por seguir con la "caricatura"). Significa que uno está vivo, y que la verdad no le es indiferente. Aunque uno encuentre verdad en cada una de las dos posturas, siempre se inclinará de modo espontáneo más a una que a otra, por carácter, por "rebote" de experiencias contrarias, o sin saber por qué. Tu texto, sin embargo, es un buen remedio, para pararse y mirar con altura. Y desechar la ansiedad, pues "yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos".
En fin, amigo Jesús, en mi texto no quería entrar en ciertos detalles. Pero ahora sí que pienso hacerlo. En primer lugar, sería de una injusticia tremenda incluir a gentes como Balthasar, Lubac o Ratzinger entre lo que a menudo tú llamas "teocons". El problema está en otro lado. No se puede negar el marcado perfil sectario que presentan algunos nuevos movimientos eclesiales, que quieren presentarse con un aura de modernidad, como fuerzas netamente seglares, y que, sin embargo, reproducen muchos de los vicios del peor clericalismo de antaño. Son grupos de una rudeza y bruticie teológicas que asustan; que creen que el evangelio se puede constreñir a un código, a un reglamento de estricta observancia, etc. Mucho habría que hablar de ello. En el otro extremo tenemos a ciertos teólogos que, por muy abiertos y tolerantes que queramos ser, han roto la comunión eclesial -creo yo, ahora me da miedo juzgar- y están en otra cosa: en politiquerías marxistizantes, en desmitologizaciones que desdibujan la esencia de la fe, etc.
Por último, sólo advertiría que parece darse en la jerarquía eclesiástica una reserva medrosa cuando no un abierto pánico hacia la autonomía de la conciencia moral y religiosa de los fieles. Me parece que donde esto resulta más evidente es en la moral sexual y en algunas cuestiones de bioética que no se pueden zanjar con la rotundidad con que el vaticano lo hace. En fin, puede que, ya con más sosiego, le dedique a esto una entrada en el blog. Ah, por último, ánimo ante las críticas que he visto que empiezan a lloverte en nuestro blog. Bueno, no sé cómo habrá salido esto porque disponía de poquísimo tiempo para escribir. Saludos a todos.
Con esa adenda sobre la jerarquía te lloverán a ti los teocons, como centellas.
Balthasar quizá sea el teólogo más importante del siglo XX (como afirmó Ratzinger), así que supera por elevación la distinción propuesta. Y el propio Ratzinger, que es caricaturizado como antiguo progre reconvertido en conservador, en realidad es fiel a su visión de la comunión en el tiempo: la tradición de la Iglesia no puede sufrir una abrupta discontinuidad, un salto sin porqué, sino que la teología está al servicio de la verdad en cada momento. En esto hay una afirmación implícita, que algunos "olvidan" leer (aunque sea entre líneas), y es que no se desdice de ninguna de sus publicaciones (Como Introducción al cristianismo), sospechosas antaño de heterodoxia para muchos de estos grupos eclesiales.
Lo siento, soy un teocon (Opus Dei, Focolares, Comunión y Liberación, Neocatecumenal y San Egidio) o un kiko y ahora, ¿que hago...?
Por cierto, mis catequistsa nunca me hablaron mal de Ratzinger y la Cruz fue lo primero que me enseñaron.
Tampoco nadie me ha dicho el nº de hijos que debo tener y como me lo tengo que hacer con mi mujer. Siempre me he considerado moralmente responsable de mis actos, tantas veces pecadores.
Me consuela saber que en la casa de vuestro Padre hay muchas moradas.
La Paz en Cristo y en María
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