lunes, 20 de abril de 2009

La vida eterna

En la Enciclopedia virtual de Aciprensa hay una entrada sobre la vida eterna. Comienza así:

“En la hora de la muerte, los que están totalmente limpios de pecado van al cielo para siempre.
Los que mueren en gracia de Dios, pero con alguna mancha de pecado o deuda por los pecados perdonados, antes van al Purgatorio para purificarse totalmente.
Los que mueren en pecado mortal, y por tanto separados de Dios, van al infierno, donde serán castigados eternamente por haber rechazo a Dios”.


Y el broche final:

“¿Qué es el Infierno?
El Infierno es la privación definitiva de Dios y la condenación por el fuego eterno con el sufrimiento de todo mal sin mezcla de bien alguno, porque no hay amor, sino soledad eterna.
¿Quiénes van al Infierno?
Van al infierno los que mueren en pecado mortal, porque rechazaron la gracia de Dios”.


Hay algo pervertido y falso en esta forma de reflexión sobre el más allá. Pero ¿qué?

6 comentarios:

Jesús Beades dijo...

Sí. La ausencia de una redefinición de eso que se llama "pecado mortal". Intuyo que es ese misterioso "pecado contra el Espíritu" de que hablaba Jesús, que debe ser algo como entregarse positivamente al mal, y rechazar el bien que nos es ofrecido, una y otra vez. Desde luego no puede ser un acto finito y cuantificable, que tire por tierra el resto de mi ser, pues Dios quiere la salvación de el hombre, manifestada en sus actos (cuyo peso real sólo Él conoce), y no al revés: sus actos numerados, como la pieza de un puzzle que formara al final la salvación. Pero todo esto sigue siendo demasiado abstracto. ¿Podría ser de otra manera?

Muchas veces el sentido común nos guía. Una persona santa comete un día algo catalogado como "pecado mortal" en la teología moral clásica (por ejemplo, masturbarse; iba a añadir: insultar a su madre, pero una vez un cura de la escuela clásica me dijo que lo primero sí era pecado mortal, pero esto segundo no. ¿?) Y resulta que ese día, el santo, digo, se muere sin confesar su pecado. ¿Va al infierno? Ya se ve que algo falla aquí.

Cuando han caducado las fórmulas, y no hay alternativas visibles demasiado claras, se impone por la vía de los hechos una síntesis personal. No al margen de la Iglesia, a lo protestante-sola-scriptura, pues contamos con los Padres y la Tradición, amén de la teología moderna, pero sí de un modo que uno pueda vivir la fe sin que sea un mero apuntarse tantos, o descontarse, al hacer "buenas acciones del día", como los scouts. Dios no quiere (sólo) la acción, quiere el corazón.

David dijo...

Estoy de acuerdo en que algo falla aquí... quizá sea que nos cuesta entender el momento de la muerte como colofón a toda una vida en donde la "decision" final viene marcada -en gran medida- por las opciones temporales que configuran nuestra conducta precedente, la condenación o salvación -como afirmas- no puede ser fruto de un acto puntual tal como sostienen los defensores de la tesis de la "opción final" como Glorieux, Troisfontaines o Boros entre otros... pero quizá pueda arrojar un poco de luz contemplar el momento de la muerte desde la clave de la Misericordia de Dios, que si acompaña al hombre durante toda su historia, es de suponer que también lo está al final del camino.

Sanzwich dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Óliver Sotos González dijo...

¿Entonces que hay de cierto en esa frase de sobrecito de café: quien esté libre de pecado que tire la primera piedra? No soy teólogo (dios me libre, jeje) pero creo que cuando se suceden tanta suma de contradicciones en todo aquello que predican los consejeros de administración de la santa madre, acaba por recurrirse al dogma, porque es la única manera de partir de una base ya de por sí contradictoria (dios está en nosotros pero sólo podemos acceder a él mediante intermediarios): esto es así porque sí.

Si realmente alguien escribe algo tan poco introspectivo, según mi parecer, sin haber muerto antes, tan sólo por guías lógicas y conclusiones trazadas en papel, cae en la paradoja dogmática que ya he comentado antes.

Fernando dijo...

Creo que no conviene trivializar el tema del infierno. No digo que se haga aquí, sino que en general se trivializa, y en el Evangelio aparece como un tema muy serio.

Hay dos escenas espeluznantes en el Evangelio: cuando Jesús anuncia que volverá a juzgar por la caridad (Mt 25.31-46) y cuando el rico Epulón ve a Lázaro en el cielo (Lc 16.19-31). En ambas, para mí lo terrible es que el que se condena lo hace no por haber hecho cosas terribles, sino por sus omisiones, por haber pasado de los demás. El infierno -sea lo que sea- no sería un sitio reservado sólo para gente terrible (Hitler, Stalin, ...) sino para todo el que pasa por la vida sin mancharse ni ensuciarse.

Como contraste, la confianza en la bondad de Dios: si esto es así, ¿quién puede salvarse? / para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible (Mt 19.25-26).

En cuanto a si se nos juzgará sólo por lo que uno ha hecho al final o por todo, no conviene olvidar el lado bueno de la teoría tradicional católica: por muy mala que haya sido la vida de uno, siempre puede redimirse en el último segundo antes de morir.

Saki dijo...

La perversión está,a mi juicio, en la simplificación que reduce lo supercomplejo a un esquema mecánico y pueril.