¿Acaso no se complace nuestro tiempo en la sordidez, la cochambre y la deshumanización? Se corre el peligro de que todo impulso hacia lo que es bueno y hermoso sea truncado desde su primer movimiento no por visibles y contundentes fuerzas oscuras, sino por un sentimiento de... ¡pudor! Da vergüenza, parece ridículo atender a ciertas realidades, emplear determinadas palabras. Cuanto nos humaniza y nos eleva va adquiriendo para los hombres una atmósfera de ñoñería y debilidad que les aparta de su goce. Imperan la procacidad y la aspereza; andan escondidos en la clandestinidad el cuidado, la solicitud piadosa, la dicha ingenua, el secreto temblor de la hermosura.
Todo ello va acompañado de dos factores.
Primero, un materialismo craso, una progresiva fisiologización de lo humano que opaca la conciencia de la dignidad propia y ajena. Curiosamente, esta exaltación de lo zoológico, trae como fenómeno concomitante una vivencia pobre, misérrima, de la condición carnal. Para los hombres de hoy ¿qué es su cuerpo? El cuerpo no tiene entidad ni sentido propios. Es funcional y utilitario. Por ello (se podría hablar mucho de esto) vivimos paradójicamente inmersos en un dualismo casi gnóstico que se disfraza de dietética, moda y promiscuidad sexual.
Segundo factor. Desvinculación y resquebrajamiento de los lazos y compromisos mutuos.
Hay como un intento de disolver las estructuras comunitarias que los hombres generan espontáneamente; reducirnos a individuos sin asidero, átomos que impactan, forjan una unión accidental y fugitiva, se separan, resbalan y entrechocan... Todo agitación sin sentido, un ir y venir que marea y atonta.
Creo -y aquí sigo a Jiménez Lozano- que la banalización de lo humano y personal que comenzó en el periodo de entreguerras y que condujo a los grandes totalitarismos; creo, digo, que ese proceso no ha concluido. Simplemente ha tomado nuevos derroteros ¿No es el hombre contemporáneo la materia perfecta para las pretensiones demiúrgicas de un nuevo poder tiránico turbadoramente suave, dúctil y etéreo?
P.D. ¡Caramba! ¡Qué negro y pesimista me salió esto!
miércoles, 17 de junio de 2009
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8 comentarios:
Para abordar una conquista entusiasta, poética, de lo carnal, recomiendo leer a Whitman, sentir el espíritu medio panteista de I sing the body electric. Es un buen comienzo, y un antídoto contra la banalización de la carne, pero sin sublimación espiritualista.
La filosofía moderna se ha fundado en el primado de la conciencia (el tan famoso "cogito" cartesiano), sucesivamente depurada de todo lo empírico e individualizante para, rebasando el mero factum psicológico, quedar constituida como subjetividad trascendental. Hay que dar un segundo paso, profundizar y desarrollar una "fenomenología de la carne". Ello ayudaría a resolver o al menos replantear muchos problemas. La carne es la instancia mediadora entre el "cogito", la pura conciencia, y su mundo circundante.
No hemos de contemplar nuestro cuerpo desde fuera, como si se tratase de un objeto más en la trama del cosmos (es el error del mecanicismo cartesiano). Del cuerpo hay que hacerse cargo como lo mío transido de otredad, lo mío que me saca de mí y me abre a lo mundano, a la exterioridad irreductible de las cosas
¡Dios, cuantos abstrusos filosofemas! ¿Cómo decirlo de otra forma? A ver:
El cuerpo es constitutivo de mi "yo", mi "yo" es conciencia encarnada. Ahora bien, del cuerpo emergen tendencias, movimientos, afectos, pasiones... que obligan al "yo" a no encerrarse en la límpida transparencia de la autoconciencia. El cuerpo, la carne, indican que no hay una perfecta integración y autoposesión del "yo". El cuerpo es fuerza trascendedora que saca al yo de su mismidad narcisista y lo implica en la red de relaciones que constituyen el mundo. El cuerpo no es entonces objeto, es condición de posibilidad para la apertura y configuración de lo objetivo. Es lo que Ortega llamaba intra-cuerpo, esto es, el cuerpo vivido desde dentro, sentido y asumido desde la experiencia propia. Sé que los alemanes tienen una palabra para esto... Ya está, busco en Google y todo solucionado: Körper, cuerpo como objeto o cosa intramundana; Leib, nuestro término buscado, el cuerpo de la autopercepción, el cuerpo fenomenológico, vivido e intimado. Tendemos a pensar la carne desde la noción de Körper y hay que primar la de Leib, cargada de implicaciones filosóficas.
Además, no hay que olvidar que este cuerpo -Leib- es un cuerpo sexuado. Por tanto, el espíritu, la conciencia, el yo... (llamense como se quiera) no son monádicos, una sustancia autosuficiente sin puertas ni ventanas (como decía Leibniz). El sexo es constitutivo de la subjetividad, el eros impulsa al espíritu, le hace nacer -dice Platón en el Fedro- alas que le mueven a elevarse y autotrascenderse. Ya lo decía Machado -¡qué enorme filósofo por descubrir para quien sepa leer sus prosas!-: el eros nos salva de nosotros mismos, de él nace una infinita añoranza, una nostalgia de lo otro inasequible que cura del desolador solipsismo de la razón monologante
¡Ay, cómo se me va la olla! Bueno, aquí lo dejamos. Ya veré si en un futuro esto se convierte en una entrada del blog.
Sí, sí, que se convierta.
Sobre eso que dices del cuerpo, Antonio Javier:
resulta decepcionante que un siglo supuestamente vitalista como el nuestro, que se jacta de haber recobrado para el hombre los derechos del cuerpo y de la vida, tenga sin embargo una imagen tan absolutamente distorsionada de eso en que consisten el cuerpo y la vida.
El cuerpo es esa parte de nosotros que nos hace conscientes de nuestra finitud y de nuestra impotencia. Por eso es nuestro mayor educador: gracias a él sabemos que no somos el yo fichteano, que no somos todas las cosas, y que la realidad no tiene la forma de nuestra voluntad. Por eso también es nuestro mejor antídoto contra la locura, porque nos pone siempre frente al aspecto trascendente de lo real, y la locura es precisamente haber perdido la noción de lo real.
Pero nuestro tiempo "venera" el cuerpo justamente en aquello que tiene de menos corporal: como "imagen". En la publicidad, en las recreaciones virtuales, en la pornografía, el cuerpo se convierte en lo máximamente disponible y a la vez en lo máximamente fantasmagórico.
Este tema es fundamental. Hay que volver sobre él...
Mi cuerpo me está diciendo que soy esto, y no lo otro, que estoy aquí, y no allí, en este tiempo, y no en otro; me enseña que estoy sujeto a su perfil y que nada es vago en mí; que sólo en él, por él, desde él mi identidad cobra su concreta figura; que no puedo tener otros ojos, otras manos, otra sensibilidad que la suya; que toda comunicación con los demás es imposible si no articulo desde él mi lenguaje; me dice una y otra vez, infatigablemente, que me hunda en él para ser yo, sí, para ser yo en él, para ser él. Desde el primer día, cuando no era más que unos centímetros de carne, hasta hoy en que soy ya un cuerpo crecido, no se ha cansado de instruirme, de aleccionarme, de elegirme, de rebasarme incluso desde sus más incógnitas raíces, y siempre para que la pregunta que se hace a sí mismo, a mí mismo, una vez y otra vuelva a resonar: “¿Quién soy yo?” Siento que esta interrogación, mucho antes de que aparezca clara y distinta en los lóbulos de mi mente, ya se ha ido delineando en los hondones de mi cuerpo, quizá para que también sea él el que a sí mismo se responda: “¿Qué quién soy yo? Yo soy yo, yo soy este cuerpo mío, el cuerpo que tú eres”. Y la tautológica contestación vuelve de nuevo sobre sí y más allá de sí misma, de modo que en el cuerpo está y no está la respuesta.
¿Quién eres, cuerpo mío? ¿Qué eres tú para mí y qué soy yo para ti? ¿Cómo soy yo en ti y cómo eres tú en mí? ¿O acaso es equivocado que te ponga frente a mí como si fueras algo distinto de mí? ¿Cómo es posible que nos desdoblemos si habíamos dicho que tú eres yo y yo soy tú? ¿O será tal vez que yo soy más que tú, que por tanto tú no puedes serme enteramente? ¿En qué punto yo comienzo a superarte y a no ser ya simplemente lo que tú eres? Me da miedo entonces pensar que yo pueda volar sin que tú lo hagas conmigo, que pueda alzarse mi identidad más allá del contorno que tú significas, que mis últimas entretelas puedan abandonar a su propia suerte las últimas tuyas. Aquí me confunde y me sobresalta el misterio de mí mismo, de como soy en ti, de como soy tú, de como soy más que tú sin dejar de ser tú.
(Del baúl de cosas ya escritas)
Pido perdón por copiar y pegar aquí algo que ya tiene años. Pero es que me lo pusisteis a huevo.
¡Acojonante tu texto, Suso¡ ¡Qué certero y qué bien dicho! Es un magnífico poema en prosa que te interpela y despierta. Así que no te preocupes, hombre: saca cosas de tu cajón y corta y pega, corta y pega...
Antonio, animado por tu entusiasta felicitación -muchas gracias, de verdad-, cada vez que me lo pongais a huevo, cortaré y pegaré, cortaré y pegaré...
Un abrazo.
Magistralmente explicado.
Esa atomización conviene mucho al poder porque sin relaciones mutuas , sin identificación, o con una identificación secuestrada por el poder (nacionalismos), cuando las personas son extrañas unas a otras e incluso a si mismos y a su propio sentido común, el poder del estado lo tiene mas facil para educar a la ciudadania segun sus conveniencias.
Para mi no hay duda de que el comienzo de este proceso, en entregueras, como dices, coincide con un aumento aplastante del poder de Estado.
Memetic Warrior.
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