lunes, 15 de diciembre de 2008

¿Dialéctica o Analogía?

¿Dialéctica o analogía? ¿No son acaso éstas las dos matrices conceptuales, los dos paradigmas enfrentados desde los que se hace teología? ¿No se alimenta acaso cada modelo teológico de una forma peculiar de vivenciar la fe? Una teología dialéctica enfatiza hasta el extremo la otredad de Dios. Esta teología –y la fe que la sustenta- se abisma en la radical desemejanza y extrañeza de lo Incondicionado con respecto a todo ser creatural. El misterio divino no se asimila a ninguna realidad de este mundo. No hay señales, vestigios, marcas... que delaten la presencia fundante del Creador. Recorre la médula del espíritu un escalofrío de angustia. Se han roto los puentes. Digamos adiós a la bella metáfora de la escala de Jacob. Sumerjámonos ahora en la denodada lucha del patriarca con el Ángel de Yahveh. Lucha: una fe agónica que se alimenta de la incredulidad, fe que es perseverante negación de la negación (no reposo en lo positivo). La fe no es aquí desenvolvimiento gradual de aquella preciosa semilla sembrada en nuestro espíritu. La fe se vive como el acontecimiento desmedido e inanticipable que irrumpe en la existencia; que trastoca el propio ser, quebranta el espíritu y reduce a polvo y ceniza a aquél que fuimos. Quizá sea una forma de experiencia netamente protestante, aunque pueda darse en otros ámbitos eclesiales. Pienso en gentes como Kierkegaard, el joven Barth, nuestro Unamuno... Algunos pasajes de San Pablo, tomados quizá unilateralmente, alimentan esta vivencia de desgarro insuperable y vehemente. Creo que Dostoievski también entraría en la lista ¿Tal vez Tertuliano entre los Padres? Lutero, por supuesto, no podría faltar. En fin, ya habrá ocasión de completar lo aquí dicho.

8 comentarios:

Alejandro Martín dijo...

Supongo que falta la segunda entrega, ¿no? la analogía...

Mientras tanto... me pregunto dónde incluiríamos el misticismo. ¿Sería la nada de Eckhart equiparable al Dios por el que San Juan de la Cruz va preguntando a las criaturas? No sabría qué decir.

Los alemanes son muy dados al primer modelo: Schleiermacher y los románticos, aunque matizados por su sensibilidad estética, siempre reacia a separar completamente lo divino del mundo. El panteísmo, al que no es del todo ajeno buena parte de la teología cristiana, sería otra manera de pensar la relación Dios-mundo que no sería ni dialéctica ni analógica.

Más cosas que se podrían tratar al hilo de esto: la dialéctica parece conllevar una nihilización o desvalorización del mundo: si Dios es lo totalmente otro, "esto" no vale nada. Por el contrario, la analogía permite gozar cierto atisbo de absoluto (fragmentariamente) en las cosas.

En fin, este tema da para mucho.

Jesús dijo...

La analogía, siempre la analogía: no en vano, fuimos creados a imagen de Dios para llegar a ser semejantes a él. Ahora bien, cuando la analogía se sale de madre, se carga de ínfulas y olvida el "Deus semper maior", bien está que venga la dialéctica, como retén de bomberos, para apagar el fuego y poner las cosas en su sitio, siempre y cuando quede ella misma situada como mero apagafuegos, sin salirse de su sitio.

Antonio Javier Sánchez Risueño dijo...

Un pequeño comentario: a la mística le dedica Barth, fundador de la teología dialéctica, las más ácidas invectivas. El místico pretende alcanzar una comunión con Dios tan íntima y sustancial que parece casi abolir esa diferencia absoluta, ese salto radical que va de lo creatural a su Fundamento y Principio. Recordemos: "amada en el Amado transformada" Auténtico horror provocaría una afirmación de tamaña trascendencia en Barth. Tengo pensada (no sé si al final saldrá) una entrada sobre San Juan de la Cruz, que a mi juicio supera todas las críticas de inmanentismo de la teología dialéctica.

Alejandro Martín dijo...

Pues estamos deseando leerla. Así que ánimo...

Sobre la mística: bien, por eso que comentas de Barth decía yo lo de Eckhart. Al fin y al cabo, el misticismo (poético) de San Juan culmina en una experiencia de reencuentro con Dios. Pero el misticismo filosófico, el de Eckhart por ejemplo, parece ir por otro lado: más bien bajo el paradigma neoplatónico de un Dios que no-es, y al que se llega renunciando y negando todo cuanto posee ser (las cosas y uno mismo).

Esto podría analizarse también en el plano de la praxis, más allá de la mera teoría: cómo la concepción de Dios como lo absolutamente otro acaba dando lugar a un modo de vida que desprecia el mundo, el cuerpo y a sí mismo. Se me ocurre que quizá esto explicaría las acusaciones de Nietzsche, formado en el contexto de un cristianismo protestante de este tipo.

Jesús Beades dijo...

Lewis dice que, aún con el peligro de la "desfachatez", sería preferible un trato con Dios (en la oración) que subrayara la cercanía, la semejanza, el fundamento divino de nuestra persona, a una actitud de reverencia tal que hiciera imposible el trato. Desfachatez antes que lejanía. Aunque hay que tener en cuenta el punto de partida personal de Lewis, de estricto y frío raciocinio en la búsqueda de Dios, y de conversión "reacia".

"Llegar a Dios a través de las criaturas", como lema que resume una visión trascendentalista de lo cotidiano, casi siempre ha sido leído desde el punto de vista del "dejar atrás", "superar", "preferir las cosas espirituales a las temporales". Y ya sabemos: la sempiterna lucha contra el neoplatonismo omnipresente, etc. Lo que propongo es que ese "a través de" sea leído literalmente. Un viaje, una travesía por la espesura del ser, en que palpamos a Dios en dos vertientes: porque está presente, y porque no lo está. Presencia y ausencia. Rastro de lo eterno, en esa chispa que salta, y ausencia como una pregunta siempre. Que son los dos abismos sobre los que avanza la poesía.

Alejandro Martín dijo...

Muy buena esa lectura del "a través", Beades. Me recuerda que, en alemán, el "epekeina tes ousias" de Platón se suele traducir mal como "das Jenseitige" (la esfera situada más allá, en el otro lado), y que su traducción correcta sería "das Darüberhinaus", que connota un movimiento ascendente, como el que tú sugieres, a través de las cosas.

Jesús Beades dijo...

Más que "ascendente", Ale, (la lengua es siempre metafórica), yo diría "centrípeto". Un viaje, más que ascendente, al corazón de las cosas. Que vendría a ser lo mismo, pero evitando las connotaciones de la verticalidad. Dios está "en lo alto", pero también en lo más hondo. "Más dentro de mí que yo mismo".

Anónimo dijo...

Me pregunto si sería apropiado acercar la dialéctica a la analogía de esta forma: el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, y así como El crea, nosotros creemos... entendiendo la fe en el sentido de síntesis incompleta.
Muy bueno el blog.