sábado, 13 de diciembre de 2008

Id ¿y predicad?

Después de la reflexión de Antonio Javier sobre el cristianismo como agente desacralizador, habría que pensar en nuestra situación, en nuestro mundo. Quizá el primer apostolado sería, como vio G.K.C, no convencer al hombre de la existencia de Dios, sino convencerlo de la existencia del propio hombre. La pasión por la vida, por cada persona en sí misma, el aprecio sincero de "lo otro", la donación desinteresada de uno mismo (no por proselitismo, como recuerda Benedicto XVI en Deus Caritas Est), reflejaría el rostro del Padre, aún sin predicación ni apostolado directo. El amor por lo pequeño y humilde y sin contrapartida. De tal manera que lo sagrado (el Reino) se note como un clima, se pueda "tocar" (encarnación), como un estilo, mucho antes, incluso en vez de, el anuncio de Jesús. Que a lo mejor no todos deben emprender. El "id y predicad" se lo dijo a los Apóstoles. Las bienaventuranzas, en las que no aparece ni rastro de encargo apostólico, a una multitud.
Y lo más importante: nada en esa actitud debe ser visto como un medio. No hacemos buenas obras para ser salvados, sino porque la salvación ya ha empezado a operar en nosotros.
A este respecto recuerdo a dos amigos del colegio. Uno de ellos le preguntó: ¿por qué te preocupas por mí y por mis cosas? respuesta del otro: para ir al Cielo. Y el primero le dijo: pues entonces déjame en paz, para eso te sirve cualquier otro. Jamás se me olvidará esa breve conversación.
Mirad lo que dice, al final de la tercera respuesta, este "evangelizador a tiempo completo".

Cambiando de tercio. Entre las mil y una cosas de las que hablamos Antonio Javier y yo el otro día –frente a una tostada de jamón, café, y copa navideña de anís–, estuvo también el judaísmo y su relación escatológica con el cristianismo y la salvación. ¿Qué opináis de esta entrada de Julio Martínez Mesanza?

4 comentarios:

Jesús dijo...

El proselitismo funda su verdad en el número de sus adeptos: cuántos más prosélitos más verdad.
La misión de la iglesia se encuentra en las antípodas del proselitismo: su verdad, la Verdad, está al margen de que sean cero, uno o cinco mil millones los que se adhieran a ella. Dios es la Verdad independientemente de todo. La misión que Jesús encomienda es la de la alegría, como la que nos posee cuando salimos de ver una película arrebatadora y estamos deseando contarlo. El amor de Jesús nos arrebata, es tal que nos sale por las manos y la boca (hechos y palabras) y llega así a los demás. El id y predicad de Jesús sería mera encomienda nominalista y autoritaria si los enviados no vivieran en la verdad, el amor y la alegría de Jesús resucitado.

Alejandro Martín dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alejandro Martín dijo...

Pues este chico se merece todos mis respetos, tanto por sus obras como por sus ideas, pero lo que dice sobre la evangelización de los jóvenes me parece un error. No creo que la conversión sea una cuestión de porcentajes ni de capas generacionales.

Y sí: la evangelización debería ser simplemente el resultado de la transmisión de un modo de vida cristiano, no una rutina artifical que convierte a los demás en partes de un plan de vida en el que el prójimo es un simple objeto de una posible conversión; una conversión que "yo" realizo por medio de la correcta aplicación de ciertos mecanismos psicológicos aprendidos. Es tremenda la conversación que cuentas. Con otras palabras, ya la había oído en boca de otros.

Jesús Beades dijo...

Pues, Ale, no es una leyenda urbana. Sucedió, y lo escuché, aunque la respuesta última no la recuerde con exactitud, el sentido era ese, y lo de "para ir al Cielo" es literal. Lo que sí recuerdo es la repulsión que inmediatamente causó. No queremos que se nos quiera por "un motivo", sino graciosamente. O, al menos, no por un motivo ajeno a nosotros, sino por cualidades nuestras. Lo cual no es todavía un amor (de recepción) perfecto. La Ancilla Domini pronuncia su fiat sin fiarse de sus propias fuerzas, sino confiada en el Señor, que todo lo puede. El magníficat es un canto poderoso y exultante, sin pizca de soberbia.

La respuesta a la paradoja la entreví en El Gran Divorcio, de Lewis, donde se habla de los artistas, vaticinando que su gloria comenzaría cuando pudieran disfrutar de una obra de arte, independientemente de si la han creado ellos o no.

Me doy cuenta de que este comentario dispara en demsiadas direcciones diferentes (DDD). Pero hay Taberna para rato...