viernes, 19 de diciembre de 2008

Preguntas sobre el demonio

Del blog del Padre Fortea, este comentario de un tal "Lucifer":

"Escribe un lector del post anterior, preocupado por el tema de los ángeles y con mucho interés por delimitar el campo de lo dogmático. Intentaré aclararlo.

Consultamos el Catecismo del 92 (el nombre de “Catecismo del 92”, en vez de “Catecismo de la Iglesia católica” resalta que, como dijo el cardenal Martini, los catecismos “tienen fecha”, son como un museo en que están recogidas expresiones históricas de la fe tradicional, conservadas como valor tradicional, aunque no sean utilizables ni relevantes en la actualidad).

Según el Catecismo del 92 (n.328), "la existencia de seres espirituales, no corpóreos, que la Sagrada Escritura llama ángeles es una verdad de fe". Esto es como el molinillo de café de mi abuela, que sigue conservado en casa de mis sobrinos como elemento decorativo, aunque a nadie se le ocurre usarlo para moler los granos de café. Pero no se nos ocurre tirarlo a la basura. Algo semejante ocurre cuando recorremos el museo de los dogmas con enfoque genético-evolutivo.
Por contraste con otras tradiciones religiosas dualistas, en las que se hablaba de divinidades benefactoras y divinidades maleficientes, en la tradición cristiana (que se remonta a la tradición judía) se conceptualizó esas fuerzas benefactoras o malefactores como ángeles buenos o ángeles malos, haciéndoles sitio de esa manera dentro del universo simbólico-imaginario de quienes creen un solo Dios Único y Creador.
Hoy día, con otra cosmovisión y otra hermenéutica, no necesitamos afirmar la existencia de tales seres espirituales. De pequeño me extrañaba que pintasen los angelotes con cabeza y alas solamente. Si tenían boca para comer, ¿cómo hacían para “des-comer”?, pregunté. Y me dijeron: “No seas repelente".

En todo caso, hoy se puede seguir usando esa simbología angélico-demoníaca como recurso para hablar de las fuerzas del bien y del mal sin idolatrarlas, acentuando que el referente de nuestra fe no son unos seres llamados ángeles buenos a ángeles caídos y malos, sino el misterio del Dios único.

Siguen teniendo su sitio en ese "museo histórico de las expresiones de la fe a lo largo de la historia", que eso es el catecismo, recopilación de la historia de la evolución dogmática y de las interpretaciones de la fe, pero no forma parte de nuestra confesión de fe cristiana el creer en ángeles y demonios.
Creemos en Dios y basta.

Otra cosa es que a nivel popular no se desarraiguen las supersticiones y magias y siga vendiendo el timo de los exorcismos... Pero eso es harina de otro costal".

Y la preguntas son:
¿Es posible ser cristiano sin creer en los ángeles y los demonios?
¿Queda malherida la doctrina sin esta creencia?
Tras el modernismo, ¿ha quedado demasiado reducida a expresión simbólica del mal y el bien, hurtándole su potencia personal originaria?
¿Y con la moderna crítica textual?
¿El libro de Lewis "Las cartas del diablo a su sobrino" produce el mismo placer en lectores que no creen en el demonio?

Y, ampliando el campo, ¿la visión que este comentarista tiene de los catecismos es tan heterodoxa?

8 comentarios:

Anónimo dijo...

No tiene cabida alguna un cristiano sin angeles, pues Cristo mismo dijo aquello de que nuestra lucha no es contra poder alguno, sino contra el Maligno. Dejamos el cristianismo sin el plano sobrenatural, chato, con un Dios confundido con la materia. De todo lo visible y lo invisible. Cielo y tierra...y descendio a los infiernos, y al tercer dia...Alvaro

Jesús Beades dijo...

De acuerdo, Álvaro: no puede haber cristianismo sin plano sobrenatural, pues lo cristiano es el descubrimiento de la semilla de sobrenaturaleza en todo lo natural, su llamada de absoluto, entre plenitud y carencia, y que ese absoluto no es impersonal, es Dios triunitario. Pero... (ay, los peros) ¿de verdad deja de ser cristiano un cristiano si no cuenta con el Maligno como un poder personal? "Del corazón nacen todos los vicios"(...)"pues lo que viene de fuera, se expele en la letrina, pero lo que viene de dentro es lo que mancha al hombre" ¿se habla ahí del Maligno? ¿Es el maligno una personificación del mal, y el mal es el desorden, la ruptura de la alianza (amistad) con Dios?

La Buena Nueva no se apoya nunca en una relación del hombre nuevo con los infiernos, sino con el naciente Reino de Dios. El infierno, o los demonios, aparecen siempre como la consecuencia del que rechaza la Palabra, o como símbolo de los poderes del mundo (en el sentido escatológico). Pero la nueva vida del cristiano siempre tiene como referencia la gracia, el don del cielo. Y posiblemente no "le haga falta" el demonio para nada, en su camino.
No obstante, se puede "experimentar" la tentación, la inclinación a la ruptura y al ego-centrismo, como una "voz" insidiosa. Y ahí es cuando pensamos en el tentador y sus tretas, siguiendo la tradición. Pero ¿aporta algo el creer que es una fuerza personal?

Anónimo dijo...

"...Pero ¿aporta algo el creer que es una fuerza personal?"

¿"Aporta" a qué?
El cristianismo no es "ante todo" un mensaje que aporta o no a mi vida y a la vida de la sociedad.
No puedo elegir en qué creo y en qué dejo de creer según "aporte o no" a mis pre-concepciones de lo que es o no valioso.

El planteo debe ser distinto: el cristianismo ha enseñado y enseña (salvo en su licuada forma "modernista", que es hereje) que el demonio existe. Entonces creo. Y después vivo en consecuencia.

De lo contrario, me pongo a juzgar yo qué cosa viene de Dios y cual es o no valiosa. Esto último, los cristianos se lo dejamos hacer a Cristo (y a Su Iglesia, la Iglesia que Él instituyó).

Jesús dijo...

Algunos apuntes sobre angeología y demonología:
- El Confiteor de la misa ("Yo confieso..") incluye a los ángeles: "Por eso ruego, a Santa María siempre Virgen, a los ángeles...". ¿Simbolismo litúrgico residual? No lo creo.
- Teoría de Sto Tomás: Dios creó, en un extremo, a criaturas corpóreas; en el centro, a criaturas corporeo-espirituales; en el otro extremo, a criaturas espirituales. Equilibrio estético de la creación.
- Ernesto Sábato, entre otros muchos escritores de los dos últimos siglos (Dostoievski, Bernanos...), han percibido que la densidad del mal, del "misterio de iniquidad", es tal, que casi se postula, además de un Mal, un Malo, no en un sentido maniqueo, sino en la línea que queda apuntada en el evangelio de Juan: la musculatura del mundo de las tinieblas acaso esconda un Príncipe de este mundo que sería, claro, un ser angélico caído.
- Es evidente que todo esto no pertenece al núcleo duro de la fe cristiana. No hay que olvidar la "jerarquía de verdades" de la que habla el Vaticano II. Unas verdades son de primer orden, otras de segunda, otras de tercera...
- El mundo, también el natural, y sobre todo el sobrenatural, incluyendo el mysterium iniquitatis, me parece más inteligible si existen los ángeles.
Añado que yo creo en su existencia y en la del Tentador, el Príncipe de la mentira.

Anécdota: en un seminario sobre este tema, Olegario (González de Cardedal)nos contó lo siguiente. Una revista teológica dedicó un número al tema del demonio. El director de la misma, repasando el texto ya impreso y listo para la venta, observó que la última página era la "666". Casi le da un patatús.

Jesús Beades dijo...

Gracias, Suso Ares, por esos apuntes. Muy pertinentes. Y sirven para contestar, en parte, a Antonio (¿qué Antonio? ¿el nuestro?):

"El mundo, también el natural, y sobre todo el sobrenatural, incluyendo el mysterium iniquitatis, me parece más inteligible si existen los ángeles".

Claro, puede resultar más inteligible (a mí también me lo parece), pero no para todos. De hecho, lo demonológico no sería ni lo primero, ni lo segundo, que se tratase en el kerigma, hoy día. (De ahí la jerarquía de la que habla el Concilio). Fui a unas catequesis de los kikos en la que se explicó muy bien, a mi juicio, el misterio del mal y el pecado original, sin recurrir ni una vez al demonio. Tan sólo hablando del yo que se encierra en sí mismo, y de la burbuja que crea el hombre que le impide salir hacia el otro. Y cómo la redención operada en Cristo es la ruptura de esa burbuja, la apertura, la liberación, no como algo que se consigue a pura fuerza, sino por el don de Dios, que podemos recibir o no. Ahí la llamada a la conversión. ¿Le falta algo central, fundamental, a este kerigma?

La cuestión planteada, si sigue en esta línea ("No puedo elegir en qué creo y en qué dejo de creer..."), nos lleva a la no resuelta situación que se crea con la moderna crítica textual. Si consideramos que es casi imposible que Jesús naciera en Belén, que Moisés escribiera el Pentateuco, y sabemos que el paso del mar Rojo no tuvo por qué ser un hecho "milagroso", sino un hecho natural –la bajada periódica del río– al que los autores del texto dan una significación religiosa, de elección divina; si seguimos esa línea, con rigor (y Ratzinger así lo recomienda), como ayuda a la mejor comprensión de las Escrituras, ¿cómo no vamos a preguntarnos por la "literalidad" de ciertos contenidos, como el del demonio? También se ha pensado durante mucho tiempo en el infierno como en un sitio, con llamas y dolor físico, siguiendo las Escrituras, los Padres y al Aquinate. Pero los dos últimos Papas, sin embargo, han catequizado sobre esta doctrina de un modo muy iconoclasta, llegando a la idea de que el infierno es un estado de la persona que ha rechazado las fuentes de la Gracia. ¿Cómo no preguntarnos qué es lo esencial, y qué lo accesorio de la fe, una vez abierto el melón? No por eso estamos siendo modernistas.

Jesús dijo...

Me pregunto si, en una situación edénica -parto ahora de que existió históricamente tal situación original- donde el mal no existía, aquellos primeros hombres, nuestros Adán y Eva bíblicos, podían sacar el mal de los hondones de su libertad sin una propuesta, incitación, previa. En teoría sí, claro: si no puedo negar el bien que tengo y elegir el mal que no tengo no soy libre. Pero, insisto, donde absolutamente todo era bueno, dentro y fuera de ellos mismos, ¿podían esos hombres con su sola libertad y voluntad autotentarse, autoincitarse, sin la existencia previa de un Malo que les propusiese ese otro modo de emplear la libertad que los condujese a ser como dioses fuera de Dios? ¿Pudo el hombre en aquel contexto irrepetible, absolutamente limpio, poner sobre el mundo el mal radical, con las solas fuerzas e insinuaciones de su libertad, sin haber sido invitado a hacerlo? De haberse dado lo segundo, no estaríamos negando la responsabilidad del hombre, por supuesto. El fue libre, totalmente libre. Sólo que me resulta difícil creer que aquel hombre original se abismase a solas en el vértigo de su libertad sin que "alguien" se lo sugiriese. Y aquí surgiría otro problema, como en su día nos lo planteó Olegario: ¿cómo puede la libertad del demonio influir en la libertad del hombre?

Antonio Javier Sánchez Risueño dijo...

¡Hola! ¿Qué tal? Primera aclaración: yo soy Antonio Javier, el Antonio de antes no era yo ni comparto sus planteamientos. Segundo aviso: al no tener conexión a la red no creo poder intervenir mucho estas navidades (para mí es una pena, porque la cosa es interesante). Al tema.
Yo he dedicado cierto tiempo (no mucho, la verdad) a pensar en los demonios; en lo que podríamos llamar su estatuto ontológico. Vengo a concluir que los demonios están en el límite mismo de lo pensable, precisamente porque están en el borde del ser, porque su naturaleza es voluntad de nada, apetito de aniquilación, deseo vehemente de nulidad. Creo que ni siquiera se aman a sí mismos. Cada demonio se odia con furia repugnante por el mero hecho de ser. En el demonio se reproduce en el plano de la eternidad la paradoja del suicida. El demonio es el suicida eterno: quiere abismarse a sí mismo en la nada, y con él al mundo, y con el mundo al propio Dios. Pero en este su querer "nihilizante", por muy retorcido que sea, por la estructura misma de las cosas, no puede dejar de afirmar el ser en su verdad. Su voluntad suicida es ser, es verdad; de modo que al querer la nada se quiere a sí mismo, se inserta en el mundo y queda ligado a Dios como fuente de todo ser. El demonio niega: su paradoja es que hasta la negación más tremenda tiene como presupuesto un "Sí". Por eso la existencia de los demonios es literalmente tormento.
P.D. Creo que el texto que cita Jesús Beades es del teólogo Juan Masiá, experto en Bioética. En segundo lugar: si no me puede la pereza buscaré unos textos del exegeta Heinrich Schlier que son muy aclaradores sobre esta cuestión. Doy el título del libro para el curioso: Hombre y Mundo en el Nuevo Testamento.

Jesús dijo...

En la línea de lo que acaba de comentar Antonio, el filósofo francés Jean-Luc Marion tiene unas interesantísimas reflexiones sobre el ser del demonio que no es otro que un "desecho de ser". El demonio es desechándose y deshaciéndose, siempre en el filo de la navaja, donde ruge siempre en el borde de su nada, de su ser.